2004-10-30 01:00

No he tardado mucho en leer este librito que
me mandaron para reseñar el miércoles pasado; primero, porque es cortito, y segundo, porque es bastante entretenido. El libro se publica hoy mismo, así que agradezco a
agradezco a la editorial el privilegio de habérmelo enviado antes de tiempo.
Lo que no es fácil es de explicar el libro. La trama aparente es la necesidad de una comunidad de doblar un mapa que ya no necesitan. Pero la trama es solo una excusa para escribir sobre tal comunidad, una comunidad peculiar, atemporal y un tanto mágica, donde se discute poco y se acepta mucho.
El libro es como un diálogo, pero un diálogo de la comunidad consigo misma, contándose cosas y respondiéndose, y generalmente, estando de acuerdo en todo. Pero mientras la comunidad es una metáfora de la sociedad, el mapa es una metáfora a muchos niveles diferentes: el mapa describe los caminos por los que va la comunidad, pero también los caminos que la comunidad ha creado sobre él; esos caminos son la memoria de la comunidad, y doblar el mapa y abandonarlo significan abandonar esa memoria.
Todo parece un poco complicado, pero en el libro todo es terriblemente simple y coherente; aunque es un mundo surrealista por el estilo de los
cronopios y famas de Cortázar, todo es una terrible ironía; el autor te lleva al huerto todo el rato, pero te lleva haciéndote sonreir. A mi me recordaba un poco a los diálogos-monólogos de Pedro Reyes, no sé porqué.
El estilo es terriblemente original, pero Alber se desenvuelve con soltura. Cuando el hilo está más perdido, acaba encontrándolo y enlazándolo con el resto de la historia, así que, al final, todo queda atado y bien atado. O bien desatado, que tanto da.
En resumen, es un libro para pasar un buen rato, y de camino, meditar. Aconsejable. Y, por cierto, aprovecharé la KDD de esta tarde para pasárselo a alguien.