La Reina del Sur de
Arturo Pérez Reverte es una novela de aventuras a la vieja usanza que a través del periplo vital de Teresa Mendoza, una sinaloense que huye de su tierra y fondea en España, nos cuenta la historia del narcotráfico en un par de continentes y pico, de la evolución de las redes de narcotráfico y del reparto de tareas y organización del trabajo en este negocio.
Teresa comienza siendo una simple
morra de un narco que acaba
bajado por sus compañeros por unas
transas no demasiado legales. Para huir de esos mismos compañeros, que puestos a
bajar, se bajan (y si hace falta, también se calzan) a la familia entera de los occisos, viene a España donde, fíjese usted, también se lía con otro traficante de poca monta, pero de piloto de aeronave cambia a piloto de zodiac, que no es mal cambio, pero también más húmedo. Pero como estas cosas acaban cuando acaban (y eso suele ser pronto), da con los huesos en la cárcel y en el catre contiguo a Patricia O'Farrell, pija de nacimiento y vocación, como se dice en la venganza de Don Mendo, nunca falta en España un pijo que mangue más de la cuenta, también traficante con lo que encarta. Al salir de la cárcel, Patricia la ayuda a volver a meterse en el negocio, y poco a poco va creciendo, reinvirtiendo, cuidando a los empleados y evitando crisis, hasta convertirse en el Federal Express de los camellos. A lo largo de todo eso hay reflexiones sobre la vida, matanzas, ajustes de cuentas sobre el papel y a base de balaseras, y, en general, una historia de camino personal por la vida que resulta bastante entretenida.
Además, Pérez Reverte le da un giro documental al asunto: entremezclando personajes reales con otros que casi se pueden identificar con nombres y apellidos, introduciéndose como narrador al principio de muchos capítulos y entrevistando a supuestos protagonistas de la vida de Teresa Mendoza, y, finalmente, entrevistando al propio personaje.
Al final, sale una novela de casi 500 páginas para lo que el mismo autor califica de
narcocorrido . Y sale a base de ser, a veces, excesivamente prolijo en los detalles, porque me da la impresión de que no hace falta que nos cuente dónde está exactamente cada taberna en la que se produce algún evento pertinente, qué se tomaron en la misma y como se llamaba el tabernero. Y, por otro lado, enamorado del lenguaje como lo está Pérez Reverte, escribe parrafadas enteras y muchos diálogos en dialecto sinaloense, que tratándose de él, escapa indemne, pero que si se tratara de otro, no colaría a partir del 2º o 3º capítulo.
Así que esto le quita la estrella adicional, dejándolo con
4 de 5