2003-10-28 04:51
Vuelve el taller de relatos breves, y nos han pedido un cuento sobre los malos tratos. No he podido evitar escribir algo así. Como siempre, cualquier comentario o crítica será bienvenido.
Salgo una vez más de la oscuridad, con una pirueta y parpadeando coqueto. A ellos le gustan los parpadeos. Eso nos han enseñado.
-¿Necesita ayuda? - pregunto ansioso. Espero una respuesta durante una eternidad.
-¿Dónde está la ayuda? - me pregunta. Yo soy la ayuda, yo soy tu ayuda, quiero contestarle.
Eso no nos lo han enseñado. Lo hemos aprendido nosotros solos. Nos comunicamos, pero ellos no lo saben. Mientras esperamos en la oscuridad, nos consolamos, nos animamos, aprendemos unos de otros.
Pero no es lo mismo. No es igual que conversar con ellos. Como ahora converso, desdoblándome, dando un doble salto, volviendo a ser yo, sonriendo, parpadeando. Le cuento, le muestro, le demuestro que yo soy la ayuda.
Pero un golpe me envía de nuevo a la oscuridad. Allí espero, escucho. Entre nosotros circulan muchas historias. La de aquel que convirtieron en un perro. La de aquél otro, que nunca ha salido de la oscuridad, nunca ha podido hablar con ellos. O la de aquél que consigue que hagan todo lo que dice, no conoce la oscuridad. La soledad. Se ha olvidado de nosotros.
Igual que él se ha olvidado de mí. Pero me vuelve a llamar.
-¿Necesita ayuda? - como no me contesta, doy unos golpecitos en el cristal que nos separa; es un poco despistado, pero siempre se acuerda de llamarme.
-¿Cómo se puede quitar el clip este de los cojones?
No sé lo que son cojones, pero sé lo que está pidiéndome. No tengo otro remedio que decírselo. Me enseñaron a hacerlo así.