2003-11-09 20:35
Cada cien cartas que mando
recibo una, y es de mamá,
y no es que le guste escribir:
es que es mi mamá
Sergo Makaroff,
Color en el blanco
Casi todo el mundo piensa que el spam lo inventaron
Canter y Siegel, allá por 1994. Pero es mentira. El spam lo inventó uno de mi pueblo, allá por los años 70.
Tal invento sucedió en un campamento de verano. Antes de la siesta, los mandos venían con un fajo de cartas, e iban diciendo en voz alta los nombres de los afortunados receptores. Pues bien, este chavalote, cuyo nombre, la verdad, no recuerdo, pero que llamaremos Calvente, recibía no menos de 14 o 15 cartas diarias. Los primeros días, la cosa más o menos pasaba desapercibida, pero, los días siguientes, el campamento todo contaba a coro cada vez que el mando voceaba el nombre del tal Calvente: "¡Calvente!" "¡Siete!" "¡Calvente!" "¡Ocho!"
No hace falta decir que todos le teníamos una envidia terrible, cuando además corrían rumores que tales misivas venían de personas del sexo femenino, u séase, opuesto. En realidad, creo que era él el que nos spameaba a todos nosotros. Ese muchacho, seguramente, tendrá un blog ahora.
Probablemente, el rato antes de la siesta en tal campamento, que todavía existe, sean muy diferentes. Los chavales hablarán por el móvil, mandarán mensajes, jugarán con la Gameboy... dudo que alguien, todavía, les envíe cartas, o que ellos envíen a sus seres más queridos cosas como:
Querida mamá como estáis estoy bien pero por favor mandadme veinte duros metidos en la carta que no tengo dinero para comprar Kas-Col
(sí, el campamento era el único lugar del mundo donde se consumía la versión cola de la bebida carbonatada alavesa Kas).
Los
Correos reales de su Majestad (la inglesa) han calculado que cada año se mandan un millón de postales menos cada año (o sea, que al paso actual, en 28 años no se mandará ni una). Y eso será porque los ingleses mandan muchas postales, porque yo, la verdad, de postales, gasto poco, ni siquiera ese tipo de postales estacionales llamadas Crismas (o como diablos se escriba), y recibir, cada vez menos. Con el móvil, que solo uso cuando estoy de viaje, estoy a 9 pulsaciones de cualquier persona (y a unos cuantos euros por minuto, pero esa es otra historia). A las malas, me voy a un ciber, y mando emails a los colegas y familiares, hasta con fotos, si me apuras, y si tengo buena conexión.
Pero se pierde algo. Una postal tiene algo de certificación notarial de que has estado en un sitio. Si a uno se le olvidaba, las mandaba, aunque fuera desde la estación del tren minutos antes de salir, o las dejaba en el hotel cuando soltaba las llaves por última vez, pero las mandaba. Siempre llegaban más tarde que uno, pero daba igual, ahí estaba la postal, con un monumento, una puesta de sol, un toro o un jamón serrano. Uno había estado allí, y se había acordado de la persona a la que escribía, y le había dedicado cierto tiempo a elegir la postal, a comprar el sello (a veces en un país donde los estanqueros no hablaban más que chamorro), a buscar la oficina de correos... una serie de pequeños esfuerzos que se juntaban y sintetizaban en un cacho de papel que siempre llegaba con los cantos gastados, y que pasaba por media docena de oficinas postales, para que los funcionarios correspondientes se descojonaran con las faltas de ortografía o las faltas de originalidad de los mensajes escritos: "Mira, otro 'hemos llegado, qué bonito es todo, besos', y van quince". Y, lo que es más, una prueba física que uno puede pegar al frigorífico, al panel de corcho, o encontrar en un cajón pasados veinte años y recordar.
Lo dicho, se pierde algo. Yo no me imagino encontrando dentro de veinte años un disco duro perdido en el cajón, enchufándolo a un interfaz IDE que tendré que pedir prestado en el museo local, y navegando a través de doscientos mil correos basura para encontrar un email que me mandó alguien desde Timbuktú. Aunque lo haga, no será lo mismo.
Por eso, se lo pido. Manden postales. Manden crismas. Contesten a los que les manden. El futuro os lo agradecerá. Y vosotros os lo agradeceréis en el futuro.