2003-11-14 01:40
Esta es una versión revisada de
este relato, que escribí hace unos 6 meses, incorporando las sugerencias de mis compañeros y algún que otro elemento para hacerlo más comprensible.
"Vosotros no lo sabéis, porque no estuvísteis allí" Lefebvre comenzó a hablar, parando para mirar a su alrededor. Ninguno de los parroquianos en la taberna marsellesa le devolvió la mirada, aunque algunos asintieron con la cabeza
"Pero yo sí, y sucedió como os lo estoy contando. Nos metieron en el infierno, un infierno que todavía me visita en mis pesadillas. Y os voy a contar como fue.
"Las fuerzas enemigas se habían atrincherado en la Ciudad de las Estrellas, y mi batallón de infantería había sido asignado al allanamiento de la resistencia justamente al sur.
Ciudad de las Estrellas. Quince millones de almas, y el doble de armas. Muchos sueños, la mayoría de ellos pesadillas. Y la primera industria del país, una industria que, debido al bloqueo, había perdido la mayor parte de su lustre anterior, pero seguía siendo la primera, y por tanto, su sede se convertía en un objetivo de primer orden.
"Pero antes de aplastar la ciudad con nuestros tanques, teníamos que resolver un asuntillo. Mi compañía, la 3ª del 2º batallón del tercer regimiento de la brigada de infantería aerotransportada de la 4ª división de las Naciones Unidas. Todos buenos muchachos y muchachas. No había tres del mismo país, pero no se peleaban entre ellos más de estrictamente necesario. Ya me había acompañado en la toma de los pozos de petróleo de Texas, pero aquella misión nos la ventilamos con la gorra. Cuatro vaqueros viejos con botas relucientes, tratando de emular a Clint Eastwood disparando y montando a caballo a la vez. Mis francotiradores chinos acabaron con ellos sin despeinarse siquiera.
"Bueno, los chinos, en realidad, no se despeinaban nunca. No como los brasileños, cuyo estado normal era estar despeinados. Todos excelentes combatientes. No hubiera querido tener a otros a mi lado en lo que se nos avecinaba, aunque ninguno supiera decir 'Capitán Lefebvre' correctamente." "Assórdenes, capán Lefbvre", dijo alguien en la taberna, elevando un vaso de vino. Lefebvre no le hizo caso, y siguió.
"Y os lo digo, parecía fácil cuando nos plantamos ante el Reino Mágico. Las torres del castillo relucían, inmaculadas, como si no las hubiera afectado el bombardeo previo. Lo cual era una puta mierda, porque seguro que significaba más peligro.
"Atravesamos el foso, y enfilamos Main Street USA, armas aprestadas, vigilando los techos; en ese momento, desde enfrente nuestro, salió de detrás del carrusel de la plaza que había al final de la calle Winnie the Pooh, avanzando hacia nosotros con los brazos abiertos, sonriendo con su cara de peluche y cartón piedra. Ocenasek, un checo, un muchachote de Bohemia al que todos queríamos y nadie entendía, se dirigió hacia él también con los brazos abiertos; Winnie the Pooh se le abrazó, explotando. Nosotros nos tiramos a cubierto, inmediatamente. La lluvia de pedazos de ambos tardó un rato en remitir. De Ocenasek lo más entero que encontramos fue una de las manos, la que había estado más lejos del cuerpo del puto osito.
"Eso marcó el comienzo del ataque. Nos atrincheramos a los lados de la calle, detrás de pedazos de cartón piedra, donde nos asediaron por oleadas de robots Pluto animatrónicos, con ametralladoras en las bocas, dinosaurios, y astronautas. Según venían nos los íbamos cargando, pin, pan, pum... pero sufrimos no pocas bajas.
"Solicitando cobertura aérea, avanzamos metro a metro hacia la ciudad de Mickey, en el extremo superior de la colina, en la zona más alejada de la puerta por donde habíamos entrado. Os lo digo, fue un infierno, pero lo peor vino al final, los piratas del Caribe, gente con experiencia, con muy mala leche. Con patas de palo. Nos rodeaban por todos lados, personas, máquinas, animales. Más bajas, pero a los jodíos piratas le metimos las patas de palo por el culo.
"Cuando encontramos a Mickey Mouse dentro de su guarida, no esperamos que levantara las manos. Le metimos varias balas entre ceja y ceja, porque tenía un entrecejo de tamaño considerable y no queríamos fallar.
"Todo había terminado. Yo fumaba un cigarro, contando las chapas de los muertos que habíamos dejado por el camino, y sin dejar de estar alerta, me dí cuenta de que todo el mundo me había abandonado, toda mi compañía. Comencé a andar entre los cadáveres, hasta que me los encontré a todos en la tienda, que había quedado intacta. Estaban acaparando muñequitos, pads de ordenador, y camisetas de 'Disneyland, Anaheim, USA'. Disparé al aire para llamar su atención, tan entretenidos estaban con su botín. Algunos me miraron como diciendo 'Es para los niños, jefe'.
"Les dí órdenes para que le prendieran fuego a la jodida tienda. Los necios no comprendían que así era como había comenzado todo".