2003-12-14 18:13
Si alguna de las
promesas que no se han cumplido me ha fastidiado en diferentes ocasiones, es aquella que decía que en Internet íbamos a poder encontrar todo tipo de bienes de cualquier parte del mundo a nuestra disposición, a un precio módico y con facilidad.
Mentira podrida. Las experiencias con el comercio electrónico (
aquí hablo de mi primera vez) son, en general, frustrantes, si no a la hora de elegir el producto, a la hora de recibirlo. A nivel global, el principal problema son los gastos de envío, que uno puede asumir si realmente necesita lo que quiere comprar; también la falta de fiabilidad de donde va uno a comprar (¿Te fiarías de darle tu tarjeta de crédito a un sitio en el que te metes por primera vez? ¿Te fiarías de que, una vez pagado, llegue a tu casa?), y, por supuesto, el precio.
Se suponía que todo eso se iba a solucionar. El comercio electrónico reducía costes: no hay que mantener una tienda, pagar empleados que atiendan a los clientes, y, si me apuras, ni tener publicidad: si una persona quiere algo, se va a un buscador, y de ahí directamente al producto; tampoco hay que mantener grandes stocks. Esos costes repercutirían sobre el comprador, claro. Pero no es así. Al principio, como conté
aquí, Amazon vendía más barato porque perdía dinero; ahora no resulta siempre más barato que cualquier otro sitio. La logística añade precio al producto: es poco factible para una empresa mantener un solo almacén centralizado, sino que tiene que crear varios almacenes
cerca de los posibles destinos, y tener gente en ellos para mantenerlos, aunque gran parte del almacenamiento y distribución se puede hacer de forma automática. Y, en todo caso, representan una inversión grande que no cualquier empresa se puede hacer.
La fiabilidad era simplemente cuestión de usar los protocolos seguros adecuados y de tiempo: en internet, todo se sabe, y los chorizos acaban conociéndose también. Pero tampoco es cuestión de ejecutar una búsqueda detallada cada vez que uno va a comprar un paquete de Kleenex o una olla a presión.
¿Qué sucedió? La gran debacle: miles de
sitios tuvieron que cerrar, sin llegar siquiera a amortizar la inversión en infraestructura electrónica, y dejando a decenas de miles de personas en el paro. La gente, en realidad, no se lanzó como loca a comprar por Internet; el comercio electrónico sube poco a poco, pero no de forma exponencial. Y lo que rige en la realidad, rige también en internet: importan los precios, la presentación, y la atención posventa (que es uno de los mayores problemas del área, según
este artículo en Motley Fool/Yahoo). Y eso no se hace de la noche a la mañana.
¿Qué es lo que queda? Los más fuertes, y los que realmente ofrecen algún valor añadido. Y también lo que no está compuesto de "átomos": viajes por Internet, por ejemplo. Tanto éxito está teniendo la venta de viajes y billetes que los que van a sufrir van a ser otros: las agencias de viajes.
A resultas de tal catástrofe, no es nada fácil encontrar ciertas cosas para comprar. Algunos objetos de coleccionista (puedes comprarlos de segunda mano, sin embargo, en
EBay), algunas prendas de vestir, algunos chismes electrónicos... si los encuentras, son más o menos los mismos que podrías encontrar en una capital de provincia mediana. La verdadera revolución está por venir. La esperaremos sentados.