2004-05-28 01:00
Hace tiempo vi un chiste pegado en el tablón de algún despacho, que mostraba un grupo de gente afanados en sus ordenadores, y dos personas en la puerta que decían "Parece que ya dominan esta versión del programa; vamos a sacar la siguiente".
Desde que se inventó el primer procesador, todos los programas y sistemas operativos sufren ciclos de actualización continua, que mejoran prestaciones, tapan parches, limpian, fijan, y dan esplendor. En el mundo Linux, además, hay cienes de formas de actualizar tu sistema automáticamente: RedCarpet, apt-get, yum, up2date... es sano y natural ejecutar la actualización cada cierto tiempo. Mejor dicho, es natural, pero no es sano.
No es sano porque cada plataforma de actualización, y a veces, cada grupo, tiene su propia forma de empaquetar los programas. Además, todos los programas dependen de librerías, que a su vez dependen de otras librerías, así hasta formar un árbol de dependencias de raices profundas. Todo eso significa que si un buen día actualizas una librería que tiene algún errorcillo, el error se propaga por las raices y acabas dejando de poder usar tus programas favoritos.
Otro problema adicional es que las propias plataformas se hacen obsoletas. Por mucho que vayas actualizando los paquetes, llega un momento en que tienes que actualizar el sistema operativo completo. No puedes estar toda la vida con en RedHat 8.0, porque llega un momento que no te funciona ni la mitad de lo que tienes.
Llega entonces el momento de actualizar la plataforma completa. A mi ayer se me ocurrió actualizar a
Fedora Core 2, el sucesor un poco más libre del
RedHat, y desde entonces he vivido experiencias que no había vivido antes, como poder tostar cómodamente un CD desde mi máquina Linux.
Pero a la vez, se me han escacharrado una serie de cosas: Evolution, el programa de correo, R, el paquete estadístico, y mi bienamado
XEmacs (aunque sí puedo usar Emacs). Y es que cuando se actualiza el sistema operativo, mejor hacerlo en serio: formatear el disco duro e instalarlo todo de nuevo. Pero no sé, me da un poco de pena. Más que pena, miedo de que me funcionen menos cosas todavía. Por lo menos así puedes ir reparando exactamente lo que no funcione.
En resumen, actualizar un sistema operativo es un paradigma de cualquier decisión que tomas en la vida: ganas algo, pierdes algo, pero poquito a poquito, vuelves a la situación anterior. En lo bueno y en lo malo, claro.