2004-06-15 01:00
Es curiosa la historia de
GMail, el servicio web de Google. Comenzó la noche
anterior al 1 de abril, el tradicional día de los inocentes anglosajón, con lo cual no hubo mucha gente que se lo creyera. Además, no cualquiera se podía abrir una cuenta: sólo algunos probadores beta selectos. Cuatro gatos, vamos.
Desde el principio, una cuenta GMail fue un bien escaso, y, por lo tanto, preciado. No se sabe muy bien si por el Giga (una buena tarde de abrir cuentas puede conseguirte el mismo giga, o, a las malas, se va borrando), si el nombre de Google, o, más posiblemente, el hecho de que no cualquiera pudiera tenerlas. Como tal bien escaso, y posiblemente por el mismo hecho de serlo, alcanzó cotizaciones astronómicas: había personas que ofrecían
paseos en deportivos, jovencitas ofrecían su virtud, y otros ofrecían simplemente dinero, que poderoso caballero es (via
Margullando) y un giga bien vale unos cuantos lerus. Personas elegidas recibían cada cierto tiempo tres invitaciones, y las
rifaban,
la daban como premio a quien superara un reto, o, simplemente,
la regalaban a quien acertara una porra del partido Rusia-España. Lo que ocurre es que, de un tiempo a esta parte,
todo el mundo parece tener invitaciones de Gmail, y el producto ya va perdiendo una de sus características más preciadas: la escasez. De hecho,
desde el 10 de junio los precios se han venido abajo.
Lo que ha hecho Google aquí es hacer de necesidad virtud. Para empezar, por muchos gigas que quepan en un disco duro (160 en uno baratillo), si de repente lo piden millones de personas, hacen falta centenares de miles de discos duros. Dosificando las invitaciones, Google puede gestionar el crecimiento de su espacio de almacenamiento, e ir comprando cada cierto tiempo sólo lo que necesite. Siguiendo de cerca los precios de las invitaciones, pueden incluso averiguar la demanda, y, en función de la misma, dar más o menos invitaciones (previa compra de más o menos discos duros). El extenderlo a través de la red social (pues de eso se trata) permite también calibrar mejor los gustos y preferencias de cada uno. Ya no sólo saben lo que uno opina de la vida, sino también lo que opina su amigo; perfil más completo no lo tiene ni el confesor de otros tiempos.