2004-07-01 01:00
A ver, no es que no haga calor. Lo
hace a puñaos. Pero que la noticia del día sea el calor que hace, me parece más una noticia cultural que puramente meteorógica.
De toda la vida ha hecho calor. Yo recuerdo, hace aproximadamente veinte años, un mes de junio en Sevilla en el que no pude dormir sino duchándome con agua fría y secándome directamente en la cama. Los 30 y 40 grados no son extraños para nadie.
En algunos sitios, eso sí, se están batiendo récords, no estoy diciendo que el calentamiento no sea evidente, sino que la gente ha perdido los mecanismos culturales para luchar contra el calor. Por ejemplo, las vacaciones de tres meses. Simplemente, el no trabajar a esas horas. Ni las casas ni los lugares de trabajos están preparados para el calor: ladrillitos vacíos de menos de un palmo, en vez de esas paredes de cuarenta centímetro; tampoco están orientadas como para que no les dé el sol el verano; los planes urbanísticos no tienen en cuenta por dónde sale el sol y se pone. Las grandes avenidas de las ciudades del sur son inmisericordes tanto con la gente que va por ellas, como con los edificios que hay a los lados.
Además, está el aire acondicionado. Da mucho fresquito cuando uno lo tiene, pero en cuanto que te sales de él, notas el calor el doble. Aquello de pasar las horas de calor con un paipai, debajo de un chaparro o simplemente donde haya corriente (usar a los gatos de la casa, si las hubiere, que tienen una percepción psicoclimática finísima), ya ni se recuerda.
Lo más gracioso es que en el pecado está la penitencia: más consumo energético, sobre todo procedente de combustibles fósiles, lleva a más liberación de CO2, más efecto invernadero, más caló.
Así que lo siento, señores. Nos lo merecemos.