2004-07-17 01:00
La dicotomía ocio-negocio es falsa. Así de claro. Por culpa de la Internet y de los teléfonos móviles.
Cuando llegan las vacaciones, empiezan esas noticias de relleno en los telediarios y en los suplementos dominicales sobre cómo la gente se deja el móvil en casa para que no le llamen del curre para apagar un fuego, y como, con las mismas, no miran el email para que no le pidan que acabe ese informe para la empresa Rabos de Boina del Noroeste, Pty. El negocio invade el ocio, y los que pueden, se lo quitan de encima.
Pero también sucede justamente al contrario: el ocio invade el negocio. Y no estamos ya hablando de los funcionarios que se tiran la mañana jugando al solitario, sino de un fenómeno mucho más generalizado: quien no podía antes recibir una llamada personal porque no se la pasaban de centralita, hoy en día, tranquilamente, manda SMSs a su amorcito o directamente recibe llamadas de él o ella; y con la Internet sucede exactamente igual; te hallas atrancado en la consolidación de un balance, y te vas a
barrapunto a ver la última noticia; o tienes dos pantallitas abiertas con el messenger, uno con un compañero de trabajo con el que estás terminando algo, y otro con la chati, con la que estás empezando algo.
Los momentos de ocio se imbrican en los de negocio de forma fractal; los ordenadores y otros medios de comunicación permiten hacer varias tareas simultáneamente, sin que, al final, sea fácil asignar un intervalo de tiempo determinado al ocio o al negocio.
Evidentemente, eso puede que no sea positivo; pero, por lo pronto, los beneficios de una empresa no están correlacionados negativamente con la cantidad de ventanitas del messenger (o Jabber) que hay abiertas. Y de lo perdido, saca lo que puedas: se deberían flexibilizar las horas de trabajo y, también, evidentemente, el lugar de trabajo. Total, uno rinde más agustito en su casa que chingao y vestido de romano en la oficina.