2004-09-02 01:00
Otra historieta fuera de mi tónica habitual; tiene su historia, pero es un tanto larga. Si interesa, la cuento.
El viejo cantante de blues se agarra al micrófono como Bugs Bunny a su zanahoria, y trata de imprimir cierto ritmo al juego de las sillas musicales que ejecutan los ancianos en la pista de baile. No lo consigue.
El siempre ha cantado blues. Y las sillas musicales normalmente van acompañadas de pachanga. Sólo los jóvenes cantan pachanga. Pero solo los viejos van ya a Bournemouth. Viejos cantantes de blues que cantan pachanga, y viejos que dan vueltas alrededor de las sillas, sin soltarse del todo de ellas, por no perder, y por no caerse.
Quizás el cantante también se derrumbe si suelta el micrófono. O quizás no, porque ya está compuesto sólo de escombros, de hígado, de corazón; escombros de pulmones. Materiales de derribo de una vida. No mala vida, solo vida.
El cantante deja una nota en el aire, y los ancianos se derrumban, ellos sí, contra las sillas. Uno se quda fuera, y se va directamente a dormir. O a dormir en la cama.
La bola que da vueltas en el techo derrama pedacitos de luz de ocaso sobre los andantes, y el cantante tiene que carraspear para comenzar de nuevo. Mañana tiene cita con el médico, que seguramente le prohibirá fumar y cantar, respirar y vivir.
Los destellos de las luces se reflejan en la bola del techo y en los espejos de las paredes, la iluminación oscila, revelando relates de rostros, de cuerpos, muletas, un gotero. El cantante, que debería llamarse Johnny como todos los cantantes de blues, pero que se llama en realidad Archibald, Dirty Archie para sus inexistentes amigos, para en ese momento.
Una de las señoras que participaban en el juego ni siquiera hace por sentarse. Le sonríe, y se dirige hacia él, contoneándose con cierta dignidad. Es alta, no va pintada, ni teñida, ni lleva lentejuelas. A Archie le recuerda a su madre, que siempre le decía "No seas nunca cantante de country, como tu difunto padre", y fue en lo único que le hizo caso.
La señora se sube al escenario, y se le acerca; Dirty Archie la mira y deja de cantar, provocando cierto estrépito de sillas, juramentos y articulaciones artríticas entre la concurrencia. La señora, sin dejar de sonreir, agarra el micrófono y comienza a cantar. El teclista toca el acompañamiento; Dirty Archie también lo intenta, pero la voz se le va entre toses y flemas. Se acerca entonces a la señora, y la abraza.
Y llora. Nos e puede ser cantante de blues si no estás triste, y Dirty Archie lleva mucho tiempo triste. Cantando blues. Lo que sea.
Sus lágrimas forman una guirnalda en el cuello de la mujer, en los pliegues de su piel, y esquirlas de luz que hieren los ojos entreabiertos de Dirty Archie. Y lo derriban. Y Dirty Archie ya no está más allí.
Dirty Archie ve a un jovenzuelo con una guitarra eléctrica sobre un escenario; él está abajo, tirado en el suelo. Se ha formado un pequeño corro alrededor, con gente joven que, en general, le ignoran. Solo tienen los ojos los unos para los otros, y para el jovenzuelo en el escenario, con su tupé engominado, gafas de espejo que cogen los rayos de luz de la bola facetada en el techo de la pista de baile, sus pantalones ajustados, su chaquetilla vaquera.
El jovenzuelo lo ha notado, claro, y le dedica un solo de guitarra, arrodillado en el suelo. Dirty Archie tocaba la guitarra de joven también. Y usaba toda la parafernalia del jovenzuelo. Y en el bombo pone "Johnny Squalid and the Archibalds", así que el del tupé no podía ser otro que él mismo, hace veinticinco o treinta años.
El grupo sigue tocando canciones estándar, Johnny B. Goode, Blue Suede Shoes y Rock Around the Clock, y Dirty Archie bebe de la petaca que siempre lleva, y su yo más joven también, que sonríe y salta y sabe tocar la guitarra.
¿Cuándo diablos olvidé cómo tocar la guitarra?, se pregunta Archie. Los cantantes de blues no tocan la guitarra. Sólo los guitarristas de blues. Y los guitarristas son todos unos muertos de hambre, le había dicho su padre, que tocaba el banjo, y había sido un muerto de hambre. Por eso tocaría la guitarra cuando joven. O no. Ya no se acuerda.
Cuando acaba el concierto, los músicos bajan del escenario, para bañarse en multitudes y en alcohol, no necesariamente por ese orden; el viejo Archie agarra el joven Archie (todavía Johnny Squalid) de las solapas, y le dice
-No fumes rubio si quieres cantar blues.
El joven Archie se siente tentado a quitárselo de encima, pero como está de buenas, y además su cara le recuerda a la de un tío suyo, lo invita a uan copa, y le pregunta sobre el blues.
El viejo Archie le die que no vaya a Memphis, que es una casa de putas, ni a Nueva Orleans, que también lo es, pero las putas llevan miriñaques, ni a los Estados Unidos, que viene a ser como una gran casa de putas.
-Vive tu vida, si quieres ser un buen cantante de blues - le dice.
Y vuelve al Bournemouth de ahora, y está en el suelo, y tiene un sabor metálico en la boca, y está rodeado de rostros donde se dibuja la muerte. Y en los últimos instantes de su vida, se pregunta si sus consejos habrán cambiado algo en la vida del chico, de él mismo. Seguramente no. Y muere con una sonrisa alargada por un hilillo de sangre.