2004-10-03 01:00
Mis chanclas están destrozadas. En cuanto que los rayos de sol comenzaron a calentarme el colodrillo, me puse los pantalones cortos y las chanclas, allá por mediados de mayo.
Estamos a principios de octubre y todavía sigo con las chanclas, pero ya están absolutamente destrozadas. No me queda otro remedio, porque no tengo otras chanclas. Y hace demasiado calor para ponerse las zapatillas de paño.
Y es que las chanclas compradas por unos pocos lerus en el carrefú estan diseñadas para durar exactamente lo que dura un verano meridional. Unos tres meses, con un uso regular de unas cuantas horas al día. Más de tres meses, y se convierten en calabaza. Cientos de años de industrialización y capitalismo han llevado a producir chanclas que duran exactamente lo que tienen que durar, ni más ni menos. Un verano.
El que ya no dura lo que duraba es el propio verano. Ya
se ha dado cuenta más gente; bueno, todos en general aunque no hablen de ello. El verano dura cuatro, cinco meses. Y es que el calentamiento global no implica que dada día suba la temperatura un día, sino que hay más días en los que hace calor, y menos en los que hace fresquito.
Y también implica cosas impredecibles. Posiblemente muchas de ellas bastante desagradables. Lo de que las chanclas suban de precio porque tengan que aguantar más tiempo es una fruslería. Habrá más consumo energético, porque habrá más días en que habrá que poner el aire acondicionado a toda leche.
Y hablando de leche, prefiero no seguir para no ponerme de mala ídem. Sólo una notita para recordar 2004 como el
el año en que el verano empezó a durar cuatro meses y pico.