2005-01-01 01:00
Un cuentecillo, para empezar el año. ¡Feliz 2005!
Desde pequeño he aspirado a ser conductor. Porque los admiro. Su elegancia, su buena educación, su prestancia que llena la calle. Como se saludan, se jalean, se reconocen entre ellos. Aunque no vayan en su montura.
Por eso, al juntar el dinero necesario para adquirir un vehículo, corrí al concesionario más cercano. Marca, color, prestaciones, qué importaban, si meiba a convertir en conductor.
Me disponía a salir ya del concesionario con el coche puesto, cuando el vendedor me dijo, con una sonrisa:
-Lo siento, tiene que matricularlo antes.
La verdad, parte de la ilusión de ser conductor consistía en lucir la matrícula. Porque, al haber tal cantidad de vehículos en las calles, la Comisión Europea había decidido cambiar letras y números por esculturas. Altorrelieve o bajorrelieve, se podía elegir, siempre que fuera alargada y cupiera en el sitio reservado al efecto. Me encantaban las matrículas. De pequeño, había pasado horas sentado en un tranco, viendo pasar gorditos de Botero tumbados, toros, estampidas de caballos, Mickey Mouses, y pares de domingas en altorrelieve. Pero, seriamente, nunca había pensado en qué usar para mi propia matrícula.
-¿Qué me aconseja? - le pregunté al vendedor.
-Eh, yo no aconsejo, lo siento. Le puedo recomendar un buen taller de chapa, pintura y escultura que conozco...
Si, y escaparme del presupuesto. Pedí los formularios y me fui a mi casa. Miré un poco allí y allá, un par de enciclopedias, un cuñado mío que es experto en todo y celador de la seguridad social, y me zambullí, más que navegué, en la red; semanas enteras buscando inspiración.
Y lo que llegué a diseñar fue una escultura que decía
M-0035-AB
que había sido la matrícula que tenía un tío lejano mío en su Austin Victoria. Lo envié al Departamento Artístico de la DGT.
Horas más tarde, me vino un mensaje rechazándolo por "similitud a matrículas obsoletas". Probé otra vez con un toro de Osborne, que también me rechazaron por "usado ya en otra matrícula". Y eso que le había puesto sólo un cuerno. Unas manchas de Rohrshach que me rechazaron por "estar registradas por un tal Rohrshach".
Así que fue al taller de chapa, pintura y escultura, donde se mezclaban los olores a mármol, barnices y grasa. El encargado me llevó a su oficina, cuyas paredes estaban cubiertas con cientos de matrículas: pasos de Semana Santa, balones de fútbol, y pares de domingas. Me decidí por un bodegón. Los bodegones dan mucho juego, porque sustituyendo un melocotón por un centollo, pongamos por caso, ya tienes un diseño diferente. Aunque, no del todo convencido, pregunté
-¿Y en moderno, no tiene nada?
Pero me dijo que no, que ellos a lo clásico, que para eso habían estudiado automoción rama bellas artes.
Así que finalmente puede pasear mi coche por las calles. Lo hice con orgullo. Iba muy despacito, porque la cerámica de la matrícula se descascarillaba al mínimo golpe. Aunque tampoco lo sacaba mucho, porque también se deteriora con los humos.
Sin embargo, cuando de mes en mes me doy un paseo, veo como los peatones y conductores, todos ellos, me miran con admiración y se sonríen.