2005-03-03 01:00
Con los aumentos de capacidad que han experimentado los servicios de correo gratuito, no resulta demasiado aventurado decir que no se van a llenar en la vida. Pero hasta ahora se ha puesto mucho énfasis en la parte de "llenar" y poco en la parte de
vida.
La correspondencia que mantiene uno es como una especie de blog entre dos, o entre más gente. Leerla es acordarte de aquél viaje, de aquella persona, o de qué te preocupaba en un momento determinado. Las escenas de pelis o series en que se encuentran ese fajo de cartas atado con un cordel, la mirada se pierde en el infinito, y se empieza a recordar...
Pero esas cartas son pocas y frágiles; además, sólo tienes lo que respondieron, no lo que has escrito. No tienen la densidad y espontaneidad del correo electrónico; dirección, una línea y fuera. Además, sabes en qué momento del día, e incluso desde donde, la escribiste. Un montón de metainformación que añadir a los recuerdos de tu vida.
Los programas de correo son más frágiles: puede cascar un disco duro, cambias de cliente y se te corrompe el fichero, lo que sea. Yo guardo correos electrónicos antiguos, pero no más de dos o tres años. Sin embargo, en alguna cuenta gratuita guardo correos de mucho antes. Y es previsible que sigan ahí dentro de 10, 15 o 35 años. Y me imagino a mi mismo acordándome de qué hice en aquél verano del 99, o en aquella primavera del 2007, o contemplando aquella foto que me enviaron los amiguetes de sus juergas (o de sus hijos), o alguna de las primeras iteraciones de las cartas en cadena.
En fin, que el email será el patrimonio cultural de la humanidad a mediados de siglo. Y los fabricantes de discos duros, benefactores de la humanidad. Sin duda.