2002-11-12 17:25
Érase que se era un territorio inexplorado, con todo por descubrir, miles de oportunidades. Un territorio al que fluyeron miles, cientos de miles de personas, buscando un porvenir, y, porqué no decirlo, también un retiro desahogado. El entusiasmo, visto desde fuera, era enorme. Todos los días se descubrían cosas nuevas, surgían nuevos negocios y nuevas formas de hacer dinero; junto con estas nuevas formas, también fueron a ese nuevo territorio las tradicionales: el sexo, las drogas, el rock and roll, los timadores, los curas y los soldados y policías todos se establecieron en este nuevo territorio. Cuanta más gente hubo, más medios de comunicación hubo que establecer, y fueron cada vez más rápidos, y unieron dos puntos del nuevo territorio en tiempos que, poco antes, habrían sido incomprensibles.
Este nuevo territorio fue, al principio, un territorio sin ley. Cada uno era dueño de su predio, le ponía el nombre que le daba la gana y hacía dentro de él lo que quería; pero, poco a poco, los que tenían más dinero se fueron haciendo con más y más territorios, y se produjeron batallas cruentas, en las cuales los más débiles tenían todas las de perder. Y a la vez, se produjeron todo tipo de ataques: epidemias, guerras, invasiones.
Al cabo de cierto tiempo, ya estaba todo establecido; todos el territorio había sido explorado y cartografiado, se habían luchado todas las guerras que se tenían que luchar, y había muerto y nacido todo el que tenía que nacer. Los más tranquilos se quedaron, perdidas quizás las ilusiones, pero con la satisfacción de poder llevar un dinero a casa todos los días; los más inquietos buscaron nuevas fronteras, y jamás se les volvió a ver.
Todo esto que cuento se puede referir al salvaje oeste, donde al principio la única ley era la del plomo, pero donde, ya a principios de siglo, había lámparas en las calles, sheriffs con mnás pistolas que nadie, y senadores que los represntaban en Washington; hoy en día Flagstaff en Arizona no es demasiado diferente de Aurora, en Illinois. Pero también se refiere a la Internet, porque ya se sabe que la internet es como los perros (o como Gran Hermano), un año ahí es como 7 u 8 en el mundo real (¿o eran 4?). Por eso, la Internet, al principio, bullía con entusiasmo, hoy en día, en su mayor parte, es más de lo mismo. Más rápido, más chuli, más webs, pero no hay nada que levante nuestro entusiasmo, como fue el Netscape en su día, o el ICQ, o el Napster.
Lo que no tengo muy claro es dónde está la nueva frontera. Todavía clonar, o volar al espacio, o crear nanomáquinas que devoren pelusas no está al alcance de todos. ¿Dónde estará esa nueva frontera, para que huyamos a ella? ¿Ha desaparecido de verdad lo que hacía de la Internet algo tan especial?