2002-11-19 17:50
Como sucede con cualquier otro ente inventado o cooptado por la mente humana, las personas presentan actitudes (y aptitudes) muy diversas en su relación con el ordenador.
Las hay, por ejemplo, que basan su relación en la calidad: les gusta tener siempre el último modelo de tarjeta gráfica, el monitor más plano, la carcasa mas chiripitifláutica. Por el contrario, hay otros que la basan en la cantidad: les gusta tener un ordenador de sobremesa con dos monitores, 4 dispositivos USB, módem + módem ADSL (pa cuando casque el segundo, el primero), dos tipos de palmtops y un portátil con docking station. Estas dos actitudes no son contrapuestas; simplemente, con una cantidad de dinero finita, hay que elegir entre una de las dos.
También se pueden subdividir entre relaciones profundas y relaciones superficiales. A los que les gusta comprometerse, exploran todas las opciones del menú, cambian el fondo del escritorio, miran en el registro de Windows o recompilan el kernel, y aprenden a manejar hasta la última opción del procesador de textos o la hoja de cálculo. Otros se conforman con saber escribir una carta con acentos y alguna que otra negrita.
Por supuesto, no todo el mundo se lleva igual con el ordenador. Hay quien lo ama. Si pudiera, hasta dormiría con él. Como no se puede (aunque un portátil calentito puede ayudar una noche de invierno), simplemente no duerme y pasa horas y horas pulsando teclas y mirando arrobado pantallas. Otras personas lo usan en el trabajo y lo estrictamente necesario; es simplemente una relación profesional, no va más allá. Son compañeros, que no amigos.
Pero a veces, esa relación de compañerismo va un poco más allá. El monitor recibe un cactus (para absorber las radiaciones), se le pone encima una pantalla también anti-algo, se le engancha un portadocumentos, y encima de cualquiera de ellos, hay decenas de postits de diferentes colores; el ratón se cambia por uno que represente un tomate, la alfombrilla tiene una foto de la familia o un calendario de una marca de turrones, y, encima de la unidad central del ordenador, un rinoceronte de peluche. Otros soportan todo el día el color beige uniforme de su ordenador, porque prefieren mirar en su interior.
Algunos lo tratan a patadas, cuando no va suficientemente rápido, le dan manotazos en el monitor, como si fuera una máquina de pepsi-colas; otros apenas rozan con la punta de los dedos las teclas y el ratón, con miedo de hacer algo inconveniente.
Es evidente que tanto el uso de un ordenador, como la abstinencia del mismo, dicen mucho sobre una persona. Lo que no está muy claro es qué es lo que dicen. Lo dejaremos para otra ocasión.