2006-01-19 20:04
Los americanos son diferentes. A veces uno piensa que son como los europeos, pero con coches más grandes y unas costumbres un tanto bárbaras. Pero no lo son. La cultura y el carácter americano es consecuencia de una serie de circunstancias geográficas e históricas, entre las cuales se encuentra la conquista del Oeste.
Este libro, aunque está dentro de una colección de novelas de viajes, en realidad es más bien un documental sobre la historia de una serie de familias que se asentaron a finales del siglo XIX en el este de Montana. Esa zona se comenzó a desarrollar a consecuencia de la llegada de la línea férrea: la compañía que la creó anunciaba Montana como una tierra de promisión, y concedía de forma gratuita pagos de 130 hectáreas (media sección) a quien lo solicitara. Vivir de ellos en una zona semiárida como lo era Montana en aquella época, era otra historia diferente, pero el hecho de que cada familia se asentara en el centro de su concesión, a kilómetros del vecino más cercano, y sin más núcleo de población de referencia que la parada del ferrocarril más cercana, hizo que se conformara el carácter del granjero y ganadero del oeste americano de una forma muy particular. Para empezar, el hecho de que el gobierno los engañara con respecto a las posibilidades de la tierra que les regalaban, los hizo desconfiar de los federales, y los ciclos periódicos de sequía hicieron que mucha gente emigrara más hacia el oeste todavía, al este del estado de Washington (el estado de Washington linda con Montana), y hacia toda la costa este.
Vale, ya sé que estáis pensando que el libro debe ser un rollo impresionante, que para eso te ves Brokeback Mountain y te quedas tan contento, y la verdad es que no es del tipo de libro que te enganche. Tiene un cierto hilo narrativo, que no es el del viaje del autor, sino el de las familias de las que habla y cuya vida en parte imagina y en parte reconstruye, y las descripciones de los paisajes, de las gentes, de los diferentes pueblos de Montana y su nueva versión del sueño americano, como el del pueblo de Ismay, que decidió cambiar su nombre por Joe (por Joe Montana, un jugador de fútbol) para ver si atraían al turismo y salían en la tele.
La cuestión es que al final, los libros de viajes gustan o no en función de su capacidad de evocar lo que están describiendo, y de hacerte desear estar allí. A mi, tanto como desear ir a Montana no, pero según escribo esto en mitad de la Mancha me hace pensar en cómo la historia condiciona a la geografía, y viceversa.
Por cierto, que este libro lo liberaré próximamente. Si lo quiere alguien en la KDD del viernes, pa él.