2006-04-03 09:30
Este libro surgió en una de
las últimas KDDs (de una de las que no hice crónica), con
Psico y
ReinaMora (que ha sido quien me lo ha prestado) diciendo a dúo:
-Preferiría no hacerlo
En efecto, de eso va la novelilla. Un escribiente, Bartleby, es contratado en una, seguro que lo habíais adivinado, escribanía, y, aunque hace su trabajo bastante bien, a diferencia de los otros personajes peculiares que en ella trabajan... pero cuando le piden que haga algo que se sale de la estricta copia de documentos, contesta con un "Preferiría no hacerlo". Y eso es la novela, básicamente.
No sé si, como dice el prólogo, es una representación del fracaso (la verdad, no me parece nada fracasada una persona que consigue colocarse de escribano, tal como estaba el mercado laboral en esa época), y, aunque tiene algo de kafkiana (no se da en ningún momento explicación de qué le pasa al tal Bartleby, simplemente se le observa desde fuera), tampoco acabo de verla yo surrealista, ni precursora de Cortázar. Eso si, siendo del siglo XIX, es mucho más extensa de lo que se estila ahora; Borges se lo habría ventilado en unas cuantas páginas. Me acaba dando la impresión de que es el reflejo de algo más profundo, pero no tengo ni idea de qué puede ser. Puede que de la mecanización que se empezaba a imponer en aquella época: las máquinas de escribir hacen lo que hacen, pero ni un poco más... Bartleby sería, pues, una máquina. Eficiente, pero sin poderse salir ni un ápice de lo que están diseñadas para hacer. Pero también podría ser, no sé, el capitán Ahab, como dice el prologuista, Eduardo Chamorro, equivocándose totalmente.
Por cierto, como es antigua, afortunadamente te lo puedes bajar de
el proyecto Gutenberg; hay incluso
un blog que se llama así, y puedes
bajártelo también en castellano (también en
EnfocArte) o
comprarlo en Agapea. Por la cantidad de
referencias blogosféricas, Bartleby parece haberse convertido en todo un arquetipo. Algo así como un escribiente Zen que, habiendo alcanzado la perfección, prefiere dejar de hacerlo. Al menos, así se lo tomó
Vila-Matas en su Bartleby y compañía.