2006-08-04 16:53
Si hay algo a lo que los políticos sean alérgicos es a las dimisiones. Por aquello de la voluntad popular, sólo es esa misma voluntad popular la que puede quitarlos de la poltrona, e, incluso así, con mucha renuencia y batiéndose como leones.
La cuestión es que la voluntad popular, salvo que se trate de un puesto de elección directa, como un escaño en el congreso, está muy mediatizada por la voluntad del presidente del partido que los ha sentado ahí, e incluso en el caso de los escaños, también. Pero, en todo caso, parece que la voluntad popular sea mucho más fuerte que la numismática por la gracia de Dios. Y eso es algo que no tiene paralelismo en eso que se llama el Mundo RealTM. Los puestos de designación popular se suelen abandonar en el momento que deja uno de funcionar como es debido; no sé, de presidente de la comunidad de vecinos, de delegado de curso, o, si me apuras, de miembro de alguna comisión de algún órgano colegiado.
Pero el problema con los políticos, con la mayoría, es aquello de ¿y ahora, qué? ¿Qué hace un consejero de comunidad autónoma si dimite, después de haber estado 10, 15 o más años ocupando el puesto que ocupa? Si es funcionario, es posible que le hayan guardado la plaza, pero salvo que sea profesor de derecho romano, no querría yo verlo preparándose clase, poniéndose al día de los últimos avances en fontanería, o tratando con los intermediarios en Mercagranada. Una persona que ha dejado su actividd profesional durante un buen puñado de años es, en general, inútil una vez que vuelve. Y eso si es que ha tenido vida profesional, porque en buena parte de los políticos de hoy, no han sido otra cosa que políticos desde que dejaron el BUP o la ESO.
Al final, es que acabas entendiéndolo. Como también se entiende la adhesión inquebrantable a la línea del partido que es, al fin y al cabo, quien le proporciona las lentejas de sus hijos. Y con las lentejas de los hijos no se juega.