¡Hola de nuevo!
Quiero estudiar un poco así que no sé si hoy volveré a estrar en esta página.
Pero, de momento, aquí os dejo la mitad del capítulo 7.
"HARRY POTTER Y LA MANO DEL OTRO" - Cap. 7 (1ª parte)
El corazón de Harry latía vertiginosamente. Arrastrando la jaula de Zarco , llegó a la puerta trasera de La Madriguera. En la cocina, a través de los visillos, se adivinaba mucho movimiento y se oían llantos y lamentos de mujer.
Tenía un dolor palpitante en el hombro izquierdo y, al Rematerializarse en los terrenos de los Weasley, la sangre comenzó a salir a borbotones de la herida de la cabeza. La cara, el pecho y parte de la espalda estaban totalmente empapados de sangre. Se sentía ligeramente mareado y muy amodorrado, probablemente por la pérdida masiva de sangre. Los párpados le pesaban tanto que casi no podía mantener los ojos abiertos. Con un gran esfuerzo, levantó la mano derecha, aún sujetando su varita, y dio tres suaves golpes en la puerta... El bullicio de la cocina cesó de inmediato.
¿Quién es?, preguntó al otro lado la temblorosa voz de la Sra. Weasley.
Soy...yo,...Harry, respondió él a duras penas.
La puerta se abrió de inmediato revelando el aterrado semblante de la matriarca al comprobar el lamentable estado del muchacho. Harry se tambaleó y entró en la estancia ayudado por dos fuertes brazos.
Una vez dentro, soltó la jaula y pudo distinguir las borrosas figuras de Ginny, que se abrazó a él llorando a mares, tía Petunia, que estaba de rodillas en el suelo y con las manos cubriendo su rostro, Tonks, que lo miraba lastimeramente, la Sra Figg, susurrando ¡Mi chiquitín! en medio del llanto, Fleur, con el rostro crispado por el pánico y cuyos cabellos plateados flotaban en el aire, una anciana de aspecto altivo que no le sonaba de nada, cuya piel tenía un hermoso brillo plateado, y la Sra. Weasley, que lloraba desconsoladamente mientras colocaba unos mullidos cojines en el sofá donde un Dudley, pálido como la cera, lo depositó con sumo cuidado.
Los peores temores de Harry comenzaron a golpear su maltrecha cabeza. *¿Por qué no están aquí ellos?, ¿Por qué?* se preguntó mientras notaba cómo su corazón retumbaba dolorosamente repartiendo por sus heladas venas una sangre que le abandonaba con cada latido.
¿Ron y Hermione... han llegado a La Madriguera?, preguntó temiendo la respuesta.
Sí, respondió Tonks. Han ido con el resto en tu ayuda.
Harry respiró aliviado. Entonces... están bien, susurró él sonriendo.
No sé, hijo, dijo la Sra. Weasley. Cuando llamaste a la puerta sólo hacía unos segundos que se habían Desaparecido.
No se apure, Sra. Weasley, susurró Harry casi sin voz. Están a salvo, prosiguió con voz ronca. Cuando me fui sólo quedaban tres Mortífagos en pie, y,... en ese preciso instante... se Aparecieron una treintena de magos y brujas que los rodearon de inmediato.
No hables más, cielo, dijo Molly con ternura. Estás agotado.
¡Dios Mío!, gritó de pronto tía Petunia. ¡Tiene un puñal clavado en el hombro!
¡Es siegto!, exclamó Fleur. Con tanta sangge casi no se distingue.
Harry giró la cabeza instintivamente para mirar. Con las prisas de la huída no se acordaba de que uno de los Mortífagos le había alcanzado. Comenzó a levantar la mano derecha para arrancarlo de su dolorido hombro pero...
¡Quieto!, gritó Tonks. ¡Es una Daga Mortem Somnes!
La Sra. Weasley y Fleur se llevaron las manos a la cabeza y Zarco, alarmado por los gritos, comenzó a revolotear frenéticamente en la jaula.
¡No la toquéis!, ordenó Tonks. Si le sacáis la daga sin tener preparado un emplasto de Poción Beneficus Vivandis el veneno actuará con mayor rapidez.
¡Hay que llevarlo a San Mungo! gritó Ginny.
No, está muy débil. No soportaría otro viaje., dijo la desconocida arrancándose un cabello y agitando su varita.
De inmediato, sobre la mesa, aparecieron un kit completísimo de Pociones y un gran caldero al que echó el cabello.
¡Que no se duerma!, ordenó al ver que Harry empezaba a cabecear.
Ginny dio un respingo y subió corriendo hacia la escalera.
Yo me encargo de la herida de la cabeza, dijo Tonks echando a Harry unas gotitas de agua fría en cara, sacando la varita y agitándola dibujando pequeños ochos en el aire, justo encima de la brecha, mientras musitaba unas extrañas palabras.
De la punta de la varita comenzó a salir un suave hilo de luz violeta y un maravilloso aroma a rosas inundó la cocina. Harry percibió un sutil hormigueo y la cabeza dejó de retumbarle.
Ya está, dijo Tonks ante uno atónito Dudley.
Pegfecto, dijo Fleur. No conviene que piegda más sangge.
Tía Petunia no parecía haberse dado cuenta de nada. Casi no respiraba. No apartaba la mirada de la daga, como si temiera que ésta se moviera un poquito si no la vigilaba.
Fleur, dijo la anciana sin dejar de añadir ingredientes de lo más extraño. Trae un palmo de corteza del rododendro.
La joven salió de inmediato al jardín.
Que coma esto, dijo una jadeante Ginny entrando en la cocina.
¿Qué es? preguntó Tonks.
Una Gominola Insomnio de broma que han perfeccionado los gemelos, respondió ella recuperando el aliento.
¡Ah, sí! exclamó la Auror. Toma, Harry. A mí me coló una Fred y estuve dos días sin pegar ojo.
Harry, obediente, se comió la gominola. El sueño fue desapareciendo a los pocos segundos, aunque la debilidad del cuerpo aumentaba a cada instante.
Toma, abuela, dijo una Fleur exhausta entrando en la cocina.
La abuela de Fleur arrojó la corteza al contenido perlado del caldero. Un sofocante vapor azulado comenzó a impregnar la estancia. Sólo quedan tres minutos de cocción. Me faltan dos ingredientes pero, de momento, esto frenará el avance del veneno lo suficiente. Cuando el muchacho se haya recuperado un poco, podremos trasladarlo a San Mungo.
¿Qué ingredientes faltan? preguntó la Metamorfomaga.
Un cabello de licántropo y otro de vampiro.
¡Ahora vuelvo!, exclamó Tonks saliendo disparada hacia el jardín y Desapareciéndose de inmediato.
Unos cuarenta segundos más tarde, regresó con Lupin, Ron, Hermione, Rufus Scrimgeour y el Sr. Weasley pisándole los talones.
Tenga, Araminta, dijo Lupin arrancándose un pelo de la cabeza.
Gracias, Remus, respondió la anciana cogiendo el cabello que le ofrecía el licántropo y añadiéndolo al borboteante caldero. El vapor azulado se tornó dorado.
El Sr. Weasley sintió un escalofrío de la cabeza a los pies al comprobar el lamentable aspecto de Harry. Ron y Hermione estaban tan horrorizados que se tuvieron que agarrar el uno al otro para no caer al suelo. Rufus Scrimgeour se quedó blanco como el papel y sus amarillentos ojos destellaron ante la visión del ensangrentado muchacho.
Nunca pensé que a un Ex-jefe de la Oficina de Aurores pudiera impresionarle tanto un poquito de sangre, dijo Harry en un susurro y con una sonrisa en los labios.
Creo que esto completará la Poción para nuestro joven héroe. Les ruego que esto quede entre nosotros, dijo el Ministro de Magia arrancándose un cabello y arrojándolo al interior del caldero que, en ese preciso instante, desprendió un intenso color rojo sangre.
Esta vez fue Harry quien palideció de forma ostentosa.
Nunca pensé que un simple cabello impresionara tanto al famoso Harry Potter, replicó Scrimgeour guiñándole un ojo. Encantador. Realmente, encantador, añadió dando media vuelta y saliendo de la casa ante las atónitas miradas de algunos de los presentes...
Bueno, ya está lista, dijo la anciana rompiendo el silencio. Lo siento, chico, pero esto te va a doler un poco.
No se apure, señora, dijo Harry. Haga lo que sea preciso.
¡Sujetadlo bien! ordenó ella. No va a ser nada agradable
Lupin, Ron, Hermione y el Sr. Weasley se apresuraron a agarrar a Harry de modo que no pudiera moverse ni un ápice.
Araminta colocó una gran hoja de parra en su palma derecha y, con un sutil movimiento de su varita, hizo levitar una buena cantidad de la poción que aterrizó sobre la hoja y cuya textura era similar a la de una gelatina de fresa a medio enfriar. Echó por encima siete gotas de sangre de dragón. Cuando el emplasto comenzó a humear y a soltar un fuerte olor a azufre, espolvoreó una cucharada de arena de Roca Sanguinaria y una pizca de Cuerno de Unicornio. El desagradable olor sulfuroso dio paso entonces a un maravilloso aroma a bosque y tierra húmeda.
Fleur, querida, continuó la anciana pasándole la cataplasma a la joven. Pónsela sobre la herida cuando haya extraído la daga de su cuerpo.
Sí, abuela, respondió temblorosa.
¿Preparados? preguntó al resto.
Ron, Hermione, Lupin y el Sr. Weasley asintieron sin pestañear, Tía Petunia se aferró con fuerza a un Dudley de mirada aprensiva, Ginny y su madre se abrazaron llorando en silencio y la Sra. Figg cerró los ojos y se tapó los oídos con manos inseguras.
Muerde esto, Harry, dijo una maternal Tonks acariciándole el rostro mientras le ponía un trozo de palo de escoba entre los dientes.
Harry se dio cuenta de que, en pocos segundos, el rechiflante pelo rosa chicle de Tonks había perdido un par de tonos. Ese pequeño detalle y las caras del resto no le auguraron nada bueno al muchacho. Araminta se acercó a él y le miró a los ojos como diciendo *Lo siento*.
Harry tomó aire y asintió suavemente dando su conformidad al suplicio...
La anciana Veela colocó un cojín sobre el muslo derecho de Harry y, apoyando en él una rodilla para hacer más fuerza, agarró la empuñadura y comenzó a tirar de la daga girándola alternativamente de derecha a izquierda. Harry cerró los ojos y comenzó a sentir el dolor más intenso que había experimentado en su ajetreada vida. Era como si cayera sin remedio a un profundo precipicio del que no había manera posible de salir con vida. Un sudor frío comenzó a recorrer su exhausto cuerpo, pero no se quejó.
*No gritaré*, se dijo. *Si lo hago, la gente que me quiere sufrirá mas. Debo ser fuerte. ¡Aguanta, Harry...! ¡Aguanta...! ¡Ya queda menos!*.
Era como si algo le rasgara por dentro, como si la daga formara parte él, como si estuvieran arrancando una parte de su cuerpo. Un grito agudo, que le recordó al Basilisco de la Cámara de los Secretos, hizo que Harry, sobresaltado, abriera los ojos y, horrorizado, pudiera comprobar por qué sentía lo que sentía: La daga... ¡estaba viva! y se resistía a abandonar su hombro al cual se agarraba, literalmente, con unos negros y afilados dientes que asomaban justo al final de la empuñadura a cuyos lados, dos escalofriantes ojos serpentinos le miraban con un odio y una avidez indescriptibles.
Araminta sacó su varita y desprendió unos cabellos de su extraordinaria melena dorada con los que hizo una lazada en torno a la boca de la daga. Harry sintió un gran alivio al ver cómo los dientes soltaban su presa, pero fue un alivio pasajero pues el dolor se aguzó más aún y, cuando la Veela retiró parte de la hoja, pudo ver, para horror suyo, que el resto del filo se había transformado en una especie de tentáculos que se retorcían como serpientes fuertemente agarradas al hueso de la clavícula.
El dolor era insufrible y cerró los ojos. *¡Aguanta...! ¡Aguanta...! ¡No grites!*, se decía. *¡Sé fuerte... por Ginny...por ellos!*.
¡No lo suelta! gritó desesperada la anciana. ¡Es la Magia Tenebrosa más avanzada que he visto nunca! ¡Debe ser obra de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado!
Al volver a abrir los ojos, se dio cuenta de que unas gruesas lágrimas recorrían las mejillas de Ron, Hermione, Lupin y el Sr. Weasley. La visión del dolor de ellos ante su sufrimiento le proporcionó la energía suficiente para no rendirse y un reconfortante calor comenzó a recorrer sus heladas venas. En su interior, creyó oír el canto de un Fénix y la Daga Mortem Somnes emitió un agónico gritó de dolor soltando las garras de su presa.
Fawkes..., susurró Harry dejando caer el trozo de madera que apretaba entre sus dientes.
Algo refrescante y renovador se posó sobre la profunda herida. Fleur le había colocado la cataplasma.
Gracias, dijo él ahora con la voz más recuperada.
Miró a sus benévolos captores y pudo comprobar que ya no lloraban, que sonreían maravillados ante lo que tenían delante y que sus rostros estaban iluminados por una extraña y cálida luz rojiza. Harry no salía de su asombro. Por cada poro de su cuerpo emanaban miles y miles de partículas rojo rubí. Era el Aura que un día antes lo librara de las garras de Tío Vernon.
¡Qué hermosa es! exclamó Harry emocionado.
Todos los presentes asintieron en silencio, con la boca abierta y sin encontrar palabras para expresar la emoción que embargaba sus almas.
Era la primera vez que Harry la veía en todo su esplendor y, en esta ocasión, le protegió durante siete preciosos segundos.
Nadie dijo nada más durante los siguientes tres minutos. No querían romper el encanto de lo que acababan de presenciar.
Sin duda, dijo al fin Araminta con un brillo de Esperanza en sus cansados ojos, Tú eres El Elegido que acabará de una vez y para siempre con Quien-Tú-Sabes.
Harry sintió un incómodo rubor en sus mejillas y no levantó la mirada en lo que quedó de noche.
Nadie puso en duda esas palabras y, después de una silenciosa cena de última hora en la que todos los comensales parecieron disfrutar ensimismados rememorando una y otra vez el extraordinario suceso que habían presenciado momentos antes, fueron a sus respectivas habitaciones, si bien Harry, agotado por lo sucedido y, a pesar de la gominola de Sortilegios Weasley, fue el único en dormir aquella noche.
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