¡Hola!
Ya me estoy un pelín más despierta.
Aquí os dejo la mitad del capítulo 9 de "Harry Potter y la Mano del Otro". Espero que os guste '8-D
HARRY POTTER Y LA MANO DEL OTRO Capítulo 9 (1ª parte)
A eso de las ocho se sentaron a la mesa para cenar. Ron comió a dos carrillos, como de costumbre. Harry, con su brazo en cabestrillo, pálido y ojeroso por los nervios, no probó bocado. Hermione también comió bastante, aunque no tenía mucho apetito.
Un cuarto de hora antes de salir hacia el castillo, la joven empezó a encontrarse un poquito mal y la Sra. Weasley le preparó una sencilla infusión de hierbas que pronto asentó el estómago de la muchacha.
Si no tenías hambre, ¿por qué has cenado tanto? le preguntó Harry.
Para que aquel grupo fuera más consciente de que tú eras el único que no probaba bocado, dijo ella señalando disimuladamente a unos cuantos desconocidos que no les quitaban ojo desde la otra punta de la mesa.
Pues no te entiendo, dijo Ron.
No me sorprende, saltó Hermione. Lo que pasa es que, con los nervios, Harry tiene muy mala cara y, si a eso sumamos su brazo en cabestrillo y el hecho de que él no coma absolutamente nada mientras nosotros nos inflamos a su lado, si alguno de ellos filtra información a El Profeta o a Voldemort, lo que dirán es que no se recupera tan rápido como parecía y que ha tenido una recaída.
Muy aguda, Hermione, intervino Harry. Aunque algo le decía que era a ella a quien aquellos jóvenes no quitaban el ojo de encima.
Sí, ¿verdad?, dijo ella sonriendo inocentemente.
La hora de partir se echaba encima. Harry, Ron, Hermione, Lupin, Tonks, la Sra. Figg, Charlie Weasley y el Sr. Weasley se congregaron en un punto de la cocina, mirando a la pared. Los tres más jóvenes se sentían un poco estúpidos.
¿No íbamos a viajar por la Red Flu? preguntó Harry a Lupin. ¿Por qué no estamos frente a una de las chimeneas?
Porque, como ya te he dicho antes, respondió Lupin sonriendo, ...Dumbledore era muy previsor. Cuando oigas tu nombre, pon la mano sobre ese punto de la pared.
Entonces, Tonks levantó su mano derecha, la posó sobre una loseta de la pared y dijo: Nymphadora Tonks, Remus Lupin, Arabella Figg, Arthur Weasley, Charlie Weasley, Ronald Weasley, Hermione Granger y Harry Potter llaman a Hogwarts para que le abra sus puertas.
Conforme Tonks fue nombrando a los viajeros, éstos fueron posando, uno a uno, su mano derecha sobre la loseta de piedra. Cuando Harry, el último del grupo, retiró la mano la piedra se transformó, por arte de magia, en una gran chimenea con el escudo de Hogwarts grabado en la parte frontal.
Vamos, dijo Remus. Vosotros tres pasaréis en último lugar, justo después de la Sra. Figg.
¿Y los Polvos Flu? preguntó Hermione al ver cómo el Sr. Weasley entraba en la chimenea sin haber cogido un puñado del recipiente que había en la cocina para ese tipo de viajes.
No es necesario, dijo Tonks. La chimenea está abierta exclusivamente para nosotros, la piedra nos ha reconocido. Basta con decir tu nombre y Hogwarts te llevará consigo.
Uno a uno, los ocho miembros de la expedición fueron entrando en la Chimenea de Hogwarts y diciendo sus nombres. Uno a uno fueron desapareciendo de La Madriguera entre llamas verdes, rojas, azules y amarillas, los colores de Hogwarts. El viaje no fue tan movido como de costumbre. No hubo vertiginosos giros ni flashes de imágenes pertenecientes a otras chimeneas. Fue un trayecto rápido, suave, directo y sin contratiempos.
Cuando Harry, el último en cruzar, llegó al otro lado, comprobó asombrado que todos habían llegado a través de una inmensa chimenea surgida justo a la derecha de las descomunales puertas de roble del acogedor Castillo de Hogwarts. Una vez hubo pasado Harry, la chimenea desapareció y el vestíbulo recuperó la apariencia de siempre.
¡Harry! atronó una voz familiar al tiempo que una mole le envolvía en un efusivo abrazo rompe huesos.
Hola, Hagrid, dijo Harry con voz ahogada y frotándose las costillas.
Los negros ojos del tierno semigigante, aún hinchados por el prolongado llanto de días atrás, sonrieron al joven con el más sincero de los recibimientos. Cuando Hagrid le liberó totalmente de su abrazo, Harry pudo ver que alguien más les había estado esperando. Era un anciano de largo cabello blanco como la nieve, con mechones rubios, y de gran estatura. Estaba abrazando con gran ternura a la diminuta Sra. Figg que, en esos momentos, hipaba compungida por la tristeza.
No llores, Figgy, cariño, suplicaba el anciano mesando los cabellos de Arabella.
¡Oh, Aber! Aún me cuesta tanto aceptar su muerte, sollozaba ella.
El anciano besó la frente de su hermana y alzó la mirada en dirección a Harry, quien sintió un escalofrío al comprobar el gran parecido físico existente entre Aberforth y su hermano Albus. Sin duda la foto que dos años antes le mostrara Ojoloco no le hacía justicia. Tal vez porque, por aquel entonces, no tenía la cuidada barba que lucía ahora. Tenía los ojos más grandes que su hermano mayor pero el mismo brillo de esos ojos azules que tantas veces miraron a Harry con ternura y orgullo, la misma ternura y el mismo orgullo que en esos momentos mostraban al joven que tenían frente a sí.
¡Vaya, Harry! exclamó Aberforth al encontrarse con la mirada del Elegido. ¡Qué ganas tenía volver a verte! Mi querido hermano me habló mucho de ti... Mucho.
¡Oh, sí! exclamó Lupin. Harry Potter, Aberforth Dumbledore.
Es un placer, dijo Aberforth.
Mucho gusto, respondió Harry estrechando su mano. Disculpe pero, creo que, a excepción de una foto que me mostró el Profesor Moody hace ya dos años, es la primera vez que le veo. Éstos son Hermione Granger y Ronald Weasley, mis amigos.
Sí, claro, dijo Aberforth tendiéndoles la mano. También me habló de vosotros. Muy bien, por cierto.
Ron y Hermione sonrieron agradecidos por el cumplido.
No os diré dónde nos vimos, susurró, Pero no es la primera vez que coincido con vosotros tres.
Los tres jóvenes Gryffindor intercambiaron miradas de incredulidad. Ninguno de ellos recordaba haber estado antes en el mismo lugar que él. En ese momento se abrieron las puertas de roble y la Profesora McGonagall entró acompañada por dos hombres que Harry no conocía de nada. Uno de ellos, muy anciano, llevaba el escudo de Hogwarts bordado en su túnica. El otro, algo menos entrado en años, lucía en sus ropas el escudo del Ministerio de Magia.
¡Ah, perfecto! exclamó la Profesora Mcgonagall. ¡Ya estamos todos! Les presento al Sr. Burdort, representante del Ministerio, y al Sr. Taposit, Presidente del Consejo de Hogwarts, ambos vienen como testigos legales para dar legitimidad a la Apertura del Testamento.
Todos saludaron con una inclinación de cabeza.
Sr. Burdort, Sr. Taposit, les presento a Rubeus Hagrid, Guardián de las llaves de Hogwarts y Profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, Remus Lupin, Profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras durante el curso 93-94, el Sr. Arthur Weasley, Director de la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos, Nymphadora Tonks, uno de los Aurores mandados por el Sr. Scrimgeour para escoltar al grupo, el Sr. Aberforth Dumbledore y la Sra. Arabella Figg, hermanos del difunto Profesor Dumbledore, el Sr. Charles Weasley, Jefe de Sección en la Especialización de Cuidado y Control de Dragones, la Sta. Hermione Granger, Prefecta de la Casa Gryffindor, el Sr. Ronald Weasley, Prefecto de la Casa Gryffindor y Guardián del equipo de Quidditch de Gryffindor, y el Sr. Harry Potter, Capitán y Buscador del equipo de Quidditch de Gryffindor, dijo Minerva terminando las presentaciones.
Todos fueron inclinando sus cabezas conforme la Profesora McGonagall los fue nombrando.
De acuerdo, prosiguió ella. Una vez hechas las presentaciones, sólo queda subir al Despacho de Dirección. ¡Síganme, por favor!
Todos desfilaron en silencio tras la Profesora McGonagall por las escaleras de mármol en dirección al séptimo piso. A Harry se le hacía extraño estar ahí. Días antes, no pensaba volver al Castillo. Desde el momento en que cruzó la Chimenea del Vestíbulo, Harry percibió algo raro, como un hormigueo en el ambiente. No sabía exactamente qué era pero no parecía dañino, sólo extrañamente familiar. Fuera lo que fuese le hacía sentir bien. Al llegar al séptimo piso, le pareció oír el Canto de un Fénix pero ni Ron ni Hermione dieron señales de percibir sonido alguno, de modo que empezó a sentirse como cuando descubrió que sólo él era capaz de oír al Basilisco de Slytherin. Claro que, esta vez estaba más tranquilo porque el Canto de un Fénix nunca le había augurado nada malo. Harry sabía por experiencia que el Fénix es al Basilisco lo que el día a la noche.
Por todo el Castillo fueron cruzándose con grupos de tres y cuatro Aurores que, como los Sres. Burdort y Taposit, se quedaban mirando no la cicatriz de Harry sino su brazo en cabestrillo, lo cual supuso un placer vengativo para el muchacho tan acostumbrado y harto de que todo el mundo se quedara mirando su frente.
A cada paso que daba, el Canto de ese Ave tan Extraordinario resonaba con más y más fuerza en su interior proporcionándole más y más valor a cada momento. De hecho, el color volvió lentamente a las mejillas de Harry al alcanzar finalmente el inmenso Grifo de piedra que tan celosamente ocultaba el Despacho de Dirección.
Testamento, dijo la Profesora McGonagall y la Gárgola se apartó dando paso a la escalera móvil de caracol que conducía directamente a las puertas de su Despacho.
Harry observó a sus amigos y se dio cuenta de que miraban la escalera con cierta aprensión. Sabía perfectamente lo que estaba pasando por sus cabezas y, puesto que él ya se sentía con fuerzas renovadas suficientes, decidió ahorrarles el mal trago de entrar en ese despacho que ya no era el de Dumbledore.
Me encuentro bien, les dijo apartándolos un poco de grupo. Gracias por acompañarme hasta aquí. Si no queréis entrar, ya no es necesario.
¿En serio? preguntó Ron aliviado.
¿De verdad no te importa? inquirió Hermione con voz temblorosa.
Lo digo en serio. Creo que el trayecto hasta aquí ha sido, de algún modo, una especie de cura espiritual.
Ron y Hermione decidieron quedarse atrás, junto con Charlie, el Sr. Weasley y Tonks, montando guardia al otro lado de la Gárgola. Harry y el resto subieron a la escalera móvil de piedra y traspasaron las puertas del despacho que se abrieron sin oponer resistencia a la nueva Directora de Hogwarts.
Pasen, por favor, dijo la Profesora McGonagall al resto.
Uno a uno, todos fueron cruzando el umbral de la puerta. El último en entrar fue Harry. En ese momento un reloj anunciaba la hora; eran las nueve en punto de la noche. El despacho estaba exactamente igual que la última vez, salvo porque había cinco sillas más que de costumbre. Detrás del escritorio estaba situada aquella en la que siempre se sentaba Dumbledore. Las dos sillas que solían estar al otro lado de la mesa ahora estaban situadas a ambos lados de la puerta y, en su lugar, cinco sillas de las que habitualmente se encontraban en la Mesa de Profesores del Comedor de Hogwarts, entre ellas la de Hagrid, estaban situadas en semicírculo frente a la silla de la Directora.
Todos los presentes miraron instintivamente hacia el retrato del Profesor Dumbledore. Harry sintió un vuelco en el corazón y el resto saludó al Anciano Director con una inclinación de cabeza a la que Albus Dumbledore respondió con otra inclinación de cabeza y una amable sonrisa. La Profesora McGonagall ocupó su silla, los representantes del Ministerio y del Consejo Escolar se acomodaron a ambos lados de la puerta y el resto, salvo Harry que parecía paralizado por la impresión de volver a ver a Dumbledore esta vez despierto en su cuadro, tomaron asiento en las demás sillas.
Dumbledore sonrió a Harry y le guiñó un ojo lo cual pareció despertar al joven que, un poco cohibido por la situación, se sentó en la silla que quedaba libre, justo en el centro del semicírculo. A su derecha estaba sentado Aberforth y a la derecha de éste Lupin. A la izquierda de Harry se había situado la Sra. Figg y junto a ella Hagrid.
Una vez se hubo acomodado Harry en su asiento, la Profesora McGonagall abrió un pequeño cofre, primorosamente labrado, situado sobre el escritorio y en el que Harry no había reparado al entrar. Del interior del cofre emergió una esfera cristalina, del tamaño de una Snitch, rodeada por un cinturón de motitas doradas. En ese momento, el Dumbledore del retrato alzó su varita, hizo una floritura con ella y la esfera comenzó a girar vertiginosamente y a rozar suavemente en la cabeza, y uno por uno, a los cinco sentados en semicírculo para, a continuación, volver a planear hasta quedar nuevamente suspendida sobre la cajita.
Veo que realmente sois vosotros, dijo Dumbledore.
Harry se sobresaltó. Todo esto era nuevo para él y la voz de Dumbledore, tan viva y cercana, le pilló de improviso.
Tranquilo, Harry. Todo va bien, prosiguió el anciano. Minerva es, obviamente, ella misma o, de lo contrario, las puertas de este despacho no se habrían abierto. En cuanto a los hombres sentados a ambos lados de la puerta, no me cabe la menor duda de que son quienes dicen ser puesto que dejé órdenes de que Minerva hiciera las presentaciones pertinentes junto a las Puertas de Roble. A comienzos del curso pasado tomé la precaución de realizar un complicado Encantamiento de Seguridad en el Vestíbulo del Castillo de modo que, si alguien se presenta o es presentado junto a las puertas con una identidad falsa, el Castillo lo atrapará de inmediato y lo encerrará en sus Mazmorras.
Harry no daba crédito a la brillantez de Dumbledore. *¿Cómo es posible que se le escapara la traición de Snape?* pensó Harry.
Bien, dijo Dumbledore,
una vez aclarado este punto, queda abierto mi Testamento. Y, con otro golpe de su varita, la esfera estalló como una pompa de jabón liberando cinco esferas rojas y doradas que quedaron suspendidas en el aire, una frente a cada uno de los reconocidos por la primera.
Mi oro de la Cámara 1947 de Gringotts será dividida, a partes iguales, entre mis cinco herederos: Aberforth Dumbledore, Arabella Figg, Harry Potter, Rubeus Hagrid y Remus Lupin. El oro de la Cámara 2791 de Gringotts será traspasado, también a partes iguales, a las Cámaras 101 y 609 que corresponden, respectivamente, al Colegio Hogwarts, para sufragar los estudios de los alumnos sin recursos, y al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Por último, lego a Harry mi reloj de oro y a mis hermanos mi casa de Londres así como el resto de mis pertenencias.
Dicho esto, el Profesor Dumbledore sonrió, inclinó su cabeza hacia los presentes, volvió a reposar en su cuadro y cerró los ojos. Acto seguido, las cinco esferas se posaron sobre los regazos de Hagrid, Arabella, Harry, Aberforth y Lupin y se desvanecieron entre motitas doradas, dejando en su lugar una carta para cada uno de los cinco herederos. En el caso de Harry, una carta y un reloj de oro.
Puedes irte, Potter, dijo la Profesora McGonagall. Eres menor de edad y, para el papeleo de ahora, no se requiere tu presencia.
Gracias, Profesora McGonagall.
Harry salió del despacho para unirse a sus amigos. El resto se quedó dentro para finalizar los trámites legales. Antes de llegar al último tramo de la escalera, se guardó el reloj en el bolsillo del pantalón, junto al falso Horcrux, y la carta la ocultó celosamente en el bolsillo de su camisa, junto al corazón.
Si queréis, podéis ir a dar una vuelta por el Castillo. Pero debéis estar en el Vestíbulo dentro de una hora, dijo el Sr. Weasley.
Sí, papá.
Gracias, Sr. Weasley.
Tienes muy buen color. No olvides hacer pequeños gestos de dolor y llevarte, de vez en cuando, la mano al hombro, susurró el Sr. Weasley a Harry guiñándole un ojo.
Los tres jóvenes vagaron por el pasillo del séptimo piso. Justo en el punto donde unas semanas antes la Profesora Trelawney rebelara quién pasó la información de la Profecía a Voldemort, se cruzaron con cuatro Aurores que miraron lastimeramente al muchacho cuando éste realizó una magistral actuación simulando un profundo latigazo de dolor en su ya ileso hombro izquierdo. Harry sintió un escalofrío al llegar a la altura de la Sala de los Menesteres.
Se hace raro pasear por el Castillo a estas horas de la noche sin preocuparse porque nos pillen Filch o la Sra. Norris, dijo Hermione.
Sí, corroboró Ron. ¿Dónde vamos?
¿Qué os parece si vamos a las cocinas para ver a Dobby y a Winky?, sugirió Harry.
Y a Kreacher, apuntó Hermione.
Si no hay más remedio, murmuró Harry.
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