2006-09-24 18:19
Sé que casi todos (si, los dos o tres que venís esquivando una horda de adolescentes que habla de adolescentes magos antipáticos) os quedásteis con ganas de saber la verdadera historia de un humilde tubo (con pegatinas) que hizo el
hizo el camino de Reykjavik. No porque os interesen los tubos. Ni Reykjavik. Sino, simplemente, porque es domingo por la tarde, ya habéis devuelto los 3 DVDs en el videoclús y todavía no ha empezado 24.
El viaje del tubo
comenzó temprano, en un aeropuerto biprovincial que quedó segundo en la competición de aeropuertos biprovinciales con más glamour de andalucía oriental. El pobre tubo sufrió mareos, sobre todo por la parte del bajo vientre, según se mira desde el bazo, a la derecha, porque se empeñaron en hacer el chorra con él. Pero, tras un pasaje sin demasiados eventos a bordo del mejor producto de la tecnología occidental, el compartimento para el equipaje de mano (entre una chaqueta azul y una ensaimada de Mallorca abandonada, que se libró además de ser volada por los siempre atentos servicios de seguridad (pero esa es otra historia)), y llegó a Madrid, donde encogió,
absolutamente pasmado por la inmensidad lineal de la T4, que si quedó primera en el concurso de terminales
a ver quién la tiene más larga (la terminal). Pero las pausas son breves, la carne es débil, y, tras no ser tomado por bazooka, lanzador de misiles ni prótesis en el muy bien protegido (pero no de los olores humanos) aeropuerto de Heathrow, aterrizó en Reykjavik.
Reykjavik es otra historia. Los
autobuses son bonitos, pero tienen todos el parabrisas roto. Eso si, la
estación de autobuses de Reykjavik quedó segunda en el Concurso (Con Mayúsculas) de Astaciones, Apeaderos y Andenes de Pedanías de la Alcarria (A
3PA), donde concurrió por equivocación (de la Alcarria). Pero al menos, no se puede decir de ella que no tenga techado. O se puede decir, pero sería mentira. Lo que sería lo mismo. O diferente, pero mentira.
Y como todos los tubos son una unidad de destino en lo universal, finalmente se llegó al destino, pasando antes por el
hotel, donde tuvo un merecido descanso (quien lo llevaba) y aprovechó para compartir experiencias con sus hermanitos más pequeños, los folletos y su primo lejano, el mando a distancia (cuyos seis grados de separación dejo como ejercicio al lector o lectora atentos (y desocupados)). En el destino lo esperaban
sus hermanos, vestidos a la última moda, tapón rosa fucsia... lo que no pudo soportar, claro, y por eso decidió no salir en la foto.
No se sabe muy bien si llevado por esa vergüenza, se ocultó tras una maleta en el mostrador de facturación de
Icelandair, lo que hizo que Inga Patxisdottir, la atenta (pero no al tubo) azafata (de tierra), no le colocara una etiqueta, etiqueta que todo tubo necesita para ser considerado, y bien considerado, equipaje facturado.
Quedó pues, el tubo en Reykjavik, en ese lugar donde quedan los tubos distraidos en la correa de transmisión, junto con los frailecillos amaestrados, las paletas de cerdo de Valladolid y las maletas que
no son de marca Samsonite.
Pero oyó la voz, si, la oyó, de quien le había transportado allende los mares (y un océano, para ser exactos). La oyó varias veces, entrecortada por suspiros (o cantos de sirena) que decían algo así como "Todos nuestros operadores están ocupados. Si quiere puede enviar un SMS con la palabra 'Cagontó, mesaperdío el tubo' al número 7727, y nosotros nos encargaremos, un día de estos, cuando podamos, sin prisas, ¿eh? que no está el horno para bollos, de hacerle llegar un SMS con bonitos haikus relativos a las pérdidas y las ciruelas". Y pasaron días. Y días. 10 días, para ser exactos. Alguien, al apartar las defecaciones de los frailecillos (que se desamaestraron, posiblemente), vio un (negro) tubo. Y dijo "No es bueno que este tubo esté aquí". Lo enviaremos, no sé, a Granada.
Y el
tubo volvió. Dispuesto a más, pero más cortos, viajes.