2007-03-18 11:48
Me tocaba leer este libro de
William Gibson antes de que salga
el siguiente, Spook Country, que ya he pre-solicitado y que llegará cualquier día de estos.
Y no me he arrepentido de leerlo. Leer a
William Gibson es una gozada. De escritor visionario ha evolucionado en Escritor, con mayúsculas, con una maestría similar a la de
Ballard a la hora de
pintar situaciones y ciudades. Es leer a Gibson hablando de Tokyo y te da ganas de irte allí y perderte en Roppongi una buena temporada. Un Tokyo que, en esta ocasión, está en el presente o futuro inmediato. La acción de esta novela se sitúa en un momento indeterminado del principio de siglo; Cayce Pollard, una
coolhunter y consultora de diseño, recibe el encargo de localizar al autor/autora/autores del
metraje, una serie de fragmentos de película muda de procedencia desconocida que han juntado a una grupo internacional de seguidores/obsesos. Una vez más, como en
All Tomorrow's Parties, la estructura de la novela es la de la búsqueda de un McGuffin por un personaje peculiar; ésta vez, por primera vez, el personaje es femenino, y tiene unas sensibilidades bastante peculiares, a las marcas, a los logotipos, y a las modas. El fetichismo y el vínculo pasional con objetos tiene un papel fundamental también en esta novela; mientras que en la anterior los fetiches eran principalmente
relojes, en este caso son las calculadoras y ordenadores antiguos: la primera calculadora manual, la
Curta, tiene un papel fundamental en la trama, como lo tiene un personaje que quiere construir un clúster de
ZX81.
La novela tiene también guiños a otros autores contemporáneos: tanto la referencia a
la cruzada de los niños como el uso de un mapa como hilo narrativo se refieren a
Neil Gaiman (última reseña mía, la de
Los chicos de Anansi); Neil Gaiman usó ese recurso en
Neverwhere, por ejemplo. También a Coupland, al que menciona en el epílogo. Algunos personajes (Ngemi, por ejemplo), son algo Stephenson, aunque en realidad Stephenson comenzó bebiendo de las fuentes de Gibson, y no al revés.
Gibson, en sus inicios, era bastante críptico. Aquí ha dejado de serlo por completo: es claro, conciso, y, en resumen, un gran escritor. Y una gran novela. Que, por cierto, ha sido traducida al español como
Mundo Espejo, de William Gibson, una traduccióne estúpida donde las halla. Mundo Espejo, en el libro, se refiere al Reino Unido, donde los objetos son una reflexión especular, para la protagonista, de los Estados Unidos.
Lo han reseñado también
Asimovia Guinea,
El Tao de Internet (que nos cuenta que va a convertirse en una peli), y
el frecuentemente nombrado Fergu, que hace una de sus desopilantes críticas. En general, parece que mola.