2007-08-28 14:32
La primera historia publicada por William Gibson fue
The Gernsback Continuum. La historia es curiosa, pero lo interesante es el ambiente que trata de crear: un ambiente retrofuturista, de diseño, de modernidad exquisita, y de lo autoconscientemente antiguo convirtiéndose en moderno. La historia apareció tanto en
Mirrorshades, la antología cyberpunk como en
Burning Chrome, la antología de cuentos de Gibson, y posiblemente pasó desapercibida: el tema es interesante, pero la historia no era nada del otro jueves.
Sin embargo, como Ballard, Gibson va perfeccionando su fórmula con el tiempo. Esencialmente, las historias de Gibson son escencialmente
búsquedas de MacGuffins. En este caso se trata de un contenedor cuyo contenido no intuimos hasta mediado el libro, y no descubrimos hasta el final.
Pero lo que perfecciona Gibson es lo que rodea ese McGuffin. Quién lo busca. Porqué lo busca. Cómo lo buscan. En sus novelas, Gibson ha ido navegando desde el futuro hasta el pasado cercano, y su recorrido ha ido desde inventar conceptos que otros convierten en realidad, hasta convertir en literatura conceptos que existen en la realidad. En esta novela, que no deja de ser cyberpunk, hay geotagging, wardriving y
realidad mezclada, todo ello cubierto de tal forma en un envoltorio auto-ajustable (o alguna otra cosa de parecida modernidad) que uno se mete en ese mundo como si fuera el propio. Que lo es.
Además, los personajes. El villano Bondiano
Hubertus Bigend viene arrastrado desde Pattern Recognition (hasta tiene
entrada en la wikipedia real y en la novela); en realidad no es malo, sino un niño grande que se encapricha con cosas, en este caso el contenedor, lo que eventualmente redunda en beneficios para su empresa de márketing viral Blue Ant. Hollis Henry, ex de The Curfew, un grupo que a mi me recuerda más a
Belle and Sebastian que a ningún otro, recibe como encargo escribir un artículo para una revista del susodicho Bigend, aunque en realidad lo que este quiere es saber de qué va toda la movida del contenedor. Tito, un cubano que habla ruso y sigue el
systema, un protocolo creado por su familia para llevar a cabo operaciones encubiertas, en las que, al parecer, se guía por todo un panteón de
orishas. Y mi personaje favorito, Milgrim, un adicto a las benzodiacepinas, capturado por Brown, uno de los
spooks mencionados en el título, que traduce los mensajes interceptados de Tito y su familia, y se toma tanto su captura como el mundo en general con una filosofía zen envidiable. Un poco como
House, pero exactamente al revés. El punto de vista de Milgrim nos distorsiona las acciones que lleva a cabo Brown para capturar a Tito, o para encontrar el contenedor, o para evitar que se encuentre, lo que las hace más intrigantes y les da un punto divertido.
En resumen, que me ha gustado la novela. No sé si podría ser de otra forma, pero el hecho es que me ha gustado. Posiblemente sea además de sus novelas más fáciles, más incluso que la anterior. Así que la recomiendo.