2008-03-04 08:05
Desde al menos
La Dolce Vita, la imagen de Roma va indisolublemente ligada a una Vespa. Roma es una ciudad con un tráfico endemoniado, donde una de las pocas leyes que se respetan son las de la física, y eso porque no queda otro remedio.
Pero el problema no es tanto el tráfico, sino donde aparcar: la abundancia de ruinas subterráneas no hace precisamente fácil construir aparcamientos, así que a falta de los mismos, lo mejor es tener el coche más pequeño posible para desplazarse. Y ese coche es el Smart.
También hay minicoches, esos Seicento que acaban de salir, y, por supuestos, muchos Cinquecento de los antiguos y de los nuevos. Montones. Y autobuses eléctricos, cuyos conductores, expuestos a radiación electromagnética continua, tienen más malafollá de la cuenta y te cierran o te abren en toda la chepa la puerta a nada que te descuides. Los autobuses siempre tardan en llegar, y el metro cierra a las 10:15, pero los taxis son divertidos y te hablan tanto de política como de fútbol. Los temas importantes de la vida.
Puesto a elegir, claro, un italiano preferiría otra cosa. Y si está en la puerta de uno de los hoteles más lujosos, mejor.