2008-03-29 20:27
¿Hay un rasgo que defina a la miseria?
Si: la ropa tendida. Un paseo por una ciudad española te mostrará poca. Quizás, entre geranios y celosías para que los nenes no metan sus piernecitas entre los barrotes podrás adivinar alguna sábana o el destello de un calcetín.
Y es que para tender en el balcón y ocultar en lo posible lo tendido hace falta algo: un balcón. Según escribo esto y recuerdo las conspicuas coladas en Nápoles, llueva o nieve o explote el Vesubio, recuerdo pocos balcones. Y los que veo en el recuerdo, casi todos tienen a una señora tendiendo. Una incluso con delantal. Todos con desconchones.
No es que no tengamos desconchones por aquí. Los hay, y también bombonas de butano. Pero tras procelosas reuniones de comunidad de vecinos y la derrama correspondiente queda la fachada como un san luis. Casi siempre.
Lo que ocurre es que hay que encontrarle a los desconchones la utilidad. Es cuestión de ampliarlos un poco en las tres dimensiones, y tienes un nicho para santos. Cada tres casas, a ojo de buen cubero, se abre un altarcito con la Virgen, santos ignotos o, más probablemente,
el Padre Pío. Y neón. Rosa o azul. Nunca a la vez, supongo que porque algún napolitano habrá visto mundo y sabrá que esa combinación suele identificar a los puticlús de carretera en España.
Es una de las pocas fuentes de iluminación de esas calles que rodean a la Monte di Dio, junto con las televisiones, grandes como ventanas, que vas viendo al pasar, justo detrás de la espalda del vecino asomado a la ventana que suele formar una L invertida con la puerta. Ahí y así viven, un poco dentro y otro poco fuera, con las prendas colgadas en donde en otras ciudades europeas habría una farola, un arbolito o una marquesina de autobús. Aquí hay cestos de fruta, carteles de "Aquí no se fia", bolsas de productos colgados del techo.
Lo que es, igual que la ropa tendida, una necesidad. Porque en las
tiendecitas cabe poco más que el tendero y el calendario del Padre Pío. Apenas el producto. En un ultramarinos donde compré una bola de provolone (justo al lado de la parada del
funicular) cabían 4 tenderos, un reponedor, la que cobraba, el del reparto, y los clientes. Y latas en montones. Un kiosco se ampliaba con la trasera de una furgoneta, de la que fluían cajas de fruta. Lo que resulta bastante útil: del tirón comprabas
La Repubblica, unas berejenas y el cómic de Diabolik.
No sé si aquí hacer un apunte de "a pesar de ello, son felices". Lo serán después de timar con éxito al tercer turista del día (un euro por aquí, cinco por allá). No lo serán si tienen un taller de chapa y pintura y, paseándose para acortar una mañana ociosa, ven que la primera media docena de coches que aparecen les podrían dar trabajo para un par de semanas. Serán felices recordando cuando
el Napoli ganó la liga, y no tanto cuando
mozzarella se retira de los mercados europeos y americanos. Lo serán cuando
un político les regale un móvil con dos meses de contrato para que lo voten, y dejarán de serlo cuando se les acabe dicho contrato.
Al final, no te sorprendes de que España haya sobrepasado a Italia (más por lo que Italia ha caido que por lo que España haya subido, por cierto; pero esa es otra historia). Lo raro es que no haya sucedido antes, porque la frase más oida ha sido "... como España hace
x años", donde
x es siempre mayor que 20.
Dejo Nápoles a las 4 de la mañana de un sábado. Donde para el taxi que nos tima 5 euros, un círculo de trapos y cartones alrededor de la rotonda resulta ser un grupo de unas 10 personas durmiendo en el asfalto. La policía ferroviaria hace un buen trabajo manteniéndolos fuera de la estación, al parecer, pero no tan bueno como quien quiera que deba encargarse de mantener a la gente bajo techo en este país. Al final, es la maldición de la cola larga: si hay muchos que viven como en el tercer mundo, habrá bastantes que vivan como los máspobres de ese tercer mundo.
El amanecer, que progresa a la vez que nos acercamos a Roma en el expreso de las 4:33, va calentando progresivamente menos ropa tendida y más antenas parabólicas, antes de que el sueño me vapulee de nuevo, cerca de
Itri.
Eventualmente, vuelta a España. Vuelta al 2008. Sin la maleta. Pero esa es otra historia.