The third policeman, de Flann O'Brien, es una historia de cojos, bicicletas, y de máquinas incomprensibles (también incompresibles). A la vez, es un diálogo socrático en el que, en vez de tratar de extraer el conocimiento inmanente sobre las cosas de las personas, tratas de demostrar que el diálogo, en la mayor parte de los casos, lleva al absurdo.
Porque la historia va de un chavalote que, obsesionado con un
sabio llamado de Selby, decide un buen día cargarse a un señor para obtener el dinero necesario para publicar el tratado definitivo sobre él. Pero a partir de ahí empiezan las complicaciones: él y su cómplice le roban una caja, que el cómplice esconde, tiene que ir a buscarla a la casa de la víctima, donde se encuentra a la víctima asesinada, que le alecciona sobre las ventajas de decir que no a todo, y le dirige hacia una estación de policía donde posiblemente le podrán ayudar sobre la caja que no aparece.
Los policías, que son dos más un tercero que le da nombre al libro, no le solucionan nada, y además por alguna razón que se me escapa lo condenan a la horca, no sin antes alimentarlo de tortitas y enseñarle cajas y llevarlo a la eternidad. Y hablar sobre bicicletas.
Visto así, puede estar hasta entretenido. Pero no. Es más bien aburrido. El absurdo tiene que servirse en dosis pequeñas, y, sobre todo, debe conducir a algo. O tener humor. O no recrearse en si mismo. O lo que sea que, en resumen, no tiene esta novela, cuyo final sorprendente no sorprende demasiado.
Esta novela me la prestó
PJorge, y para mi ha sido un caso claro de expectativas no cubiertas. Como muchos otros, caí por
su relación con Perdidos; en la entrada de la Lostpedia que enlazo pone todos los elementos en común que tiene. Pues si, pues vale. Pero no añade mucho más, así que finalmente le doy un
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