2008-07-29 20:16
Eso de la identidad es una cosa complicada, posiblemente inefable. Pero pasear por una ciudad y sentir una sensación de
deja vu, o quizás de
ya vivido posiblemente es un síntoma de que algún patrón de átomos en el aire, o de fotones en la luz, o de ladrillos en la arquitectura, está codificado en alguna maraña sináptica de forma imborrable, o quizás más abajo, más adentro, en el propio ADN.
Posiblemente eso que hace click no tenga nada que ver con uno, sino con el pueblo en si, porque yo no he estado en Almendralejo más que una vez y brevemente. Sin embargo, en este viaje, paseando por esas calles, comprando en esas tiendas y tomando cañas tranquilamente en esas terrazas, me sentía identificado con él, era como mi propio pueblo hace bastantes años.
Ese ambiente pueblerino, de gente sentada a la puerta de sus casas previamente regadas, de compras en el
mercado de abastos, de casinos con los próceres de la localidad (sólo para socios), de
mercerías y de cines con una sola sala (con butacas de patio, principal y general) se suele identificar con el pasado, y, por tanto, con el atraso, el subdesarrollo, los pantalones de campana y las camisas de grandes solapas. Sin embargo, es lo que le dan identidad, y posiblemente encanto, a los pueblos, y hacen que quiera uno volver.
Y también
la comida, claro. No ha pasado día sin torta de Barros, vinos de la tierra, jamón de bellota, y demás. Cortesía del
Ayuntamiento de Almendralejo, un ayuntamiento joven y dinámico, que al fin y al cabo fue el que
nos invitó al curso de verano.
Os dejo
el set de fotos que hice.
Etiquetas: viajando, extremadura