Ghost Train to the Eastern Star, de
Paul Theroux, es un libro que no decepciona. Theroux hace lo que sabe mejor hacer: montarse en un tren, mirar por la ventanilla, hablar con la gente, generalizar sobre un país a partir de una visita de unas cuantas horas, y reírse de todo ello.
En este libro hay un nivel añadido: trata de recorrer los mismos países que visitó en su
Gran Bazar del Tren, el libro que lo llevó a la fama 30 años atrás, cuando él tenía sólo treinta y tantos. Ahora, convertido en un espectro por la edad y por el hecho de que viaja por donde no suele viajar nadie, se recuerda a sí mismo borracho y desesperado, echando de menos su hogar, donde su mujer le engañaba con otro hombre. Repite varias veces una frase que dice algo así como "Hace 30 años, en vez de visitar el palacio X, estaría emborrachándome en el bar X al lado del palacio". Lo que no quiere decir que pierda viejos hábitos: más de una noche se acuesta beodo, lo que arroja ciertas dudas sobre los recuerdos de las conversaciones que transcribe. Porque una de las cosas que hace Theroux cuando viaja es encontrarse con escritores, especialmente con los que les gustan. Aquí se encuentra con un Arthur C. Clarke un tanto gagá (y revelando sus amores de juventud), con Orhan Pamuk, un bromista y cachondo, y un Murakami un tanto taciturno que le lleva, como no podría ser de otra forma, a unos grandes almacenes del sexo.
El sexo sigue estando presente en las novelas de viajes; pero mientras que en el Bazar se pega el filete con una de las revisoras del Transiberiano (episodio memorable que no rememora en éste), aquí se limita a mirar bellezas dormir en su compartimento, a contemplar adolescentes japonesas con cara de duende, y a pasear repetidamente por calles de perdición con el objeto de rechazar los ofrecimientos de las que se ganan la vida en ellas.
Como viene siendo habitual, Theroux protesta, pide que todo el mundo confirme su creencia en la maldad intrínseca de la administración Bush (y sólo los más tontos no están de acuerdo), critica al presente y al pasado y, en general, llega a la conclusión de que cualquier tiempo pasado fue peor. En India hay más gente (demasiada), en Rusia se cambia una dictadura por otra, en Singapur ni siquiera han cambiado de gobierno, y en el resto los trenes son los mismos, los retrasos también, y para este viaje no hacen falta alforjas. Sí acaba mostrando admiración por los japoneses: su cultura, sus metrópolis, pero también las zonas remotas, los baños comunitarios, la cortesía con todo el mundo.
Casi estaba tentado de darle un 3 sobre 5, porque ni es una gran revelación, ni representa un paso adelante con respecto a sus libros anteriores. Pero a mi me gusta Theroux, y éste es más de lo mismo, así que
4 sobre 5
Por cierto, que este es el enésimo libro que reseño de este hombre: por ahí están
.
, lo tenía reservado en Amazon para cuando saliera.