2008-12-26 17:25
Un paseíto por la senda de los Apalaches (AT o Apalacchian trail), dos mil y pico millas que son a ojo de buen cubero unos tres kilómetros. Ahí es nada. Y a pinrel. Ese es el reto que se propuso Bill Bryson, no sé con qué influencia de su editor, con la improbable ayuda de su algo obeso y antiguo amigo de correrías europeas Katz (como los gatos de la Nintendo). Mochila al hombro, chirucas en los pies, algo entradito en años y en kilos, pero con la misma determinación que el que construye una catedral en Mejorana del Campo, se dejó caer en Georgia, sin pensar en las calamidades, animales salvajes y catetos desdentados armados con sierra mecánica que le pudieran salir al camino.
Esto último, de hecho, no es cierto. Pensó, y casi no hizo otra cosa. Páginas y páginas dedicadas a las estadísticas de muerte por congelamiento, ataque de animales salvajes, asesinato, tueste solar excesivo, caída de las alturas tras ser llevado en volandas por una bandada de mosquitos, todo ello y mucho más. También sazonado con la historia de la deriva de los continentes, la de la ciudad condenada de Centralia, la de un general sudista y la de diversos naturalistas que, cuche usté qué casualidad, pasaron un día por allí. Posiblemente.
También anda. De hecho, si sólo anduviera, el libro sería bastante más divertido. Comienza la senda por el sur, le suceden diversas vicisitudes en ella, encuentro con pijos, Mary Ellen, que casi tiene un capítulo para ella sola, Katz que consigue ligar o casi, pérdidas, encuentros, lluvias, nieves, un poco de todo.
¿Conseguirá acabar la senda? La respuesta está en el libro, pero una vez conocida, es bastante obvia, ¿no?. Me resultó más divertido "Small-town America", la verdad, pero este tiene buenos momentos. Un 3 de 5, pero una historia de prospecciones petrolíferas más y habría suspendido.