2003-03-18 01:51
Nos han mandado en el taller de relatos breves que escribamos un relato sobre la guerra. Aunque le horno no está para bollos, lo intentaremos.
Vosotros no lo sabéis, porque no estuvísteis allí. Pero yo os lo digo. Aquello fue un infierno, y sigo teniendo pesadillas cada vez que lo recuerdo.
Las fuerzas enemigas se habían atrincherado en la Ciudad de las Estrellas, y mi batallón de infantería había sido asignado al allanamiento de la resistencia justamente al sur.
Ciudad de las Estrellas. Quince millones de almas, y el doble de armas. Muchos sueños, la mayoría de ellos pesadillas. Y la primera industria del país, una industria que, debido al bloqueo, había perdido la mayor parte de su lustre anterior, pero seguía siendo la primera, y por tanto, su sede se convertía en un objetivo de primer orden.
Pero antes de llegar allí con nuestros tanques, teníamos que resolver un asuntillo. Mi compañía, que ya me había acompañado en la toma de los pozos de petróleo de Texas venía conmigo, pero aquello fue fácil, cuatro vaqueros viejos con botas relucientes, tratando de emular a Clint Eastwood disparando y montando a caballo a la vez. Mis francotiradores chinos acabaron con ellos sin despeinarse siquiera. Bueno, los chinos, en realidad, no se despeinaban nunca. No como los brasileños, cuyo estado normal era estar despeinados. Todos excelentes combatientes. No querría tener a otros a mi lado en lo que se nos avecinaba, aunque ninguno supiera decir "Capitán Lefebvre" correctamente.
Y os lo digo, parecía fácil cuando nos plantamos la 3ª compañía del 2º batallón del tercer regimiento de la brigada de infantería aerotransportada de la 4ª división de las Naciones Unidas ante el Reino Mágico. Las torres del castillo relucían, inmaculadas, como si no las hubiera afectado el bombardeo previo. Lo cual era una puta mierda, porque seguro que significaba más peligro.
Atravesamos el foso, y enfilamos Main Street USA, armas aprestadas, vigilando los techos; en ese momento, desde enfrente nuestro, salió de detrás del carrusel de la plaza que había al final de la calle Winnie the Pooh, avanzando hacia nosotros con los brazos abiertos, sonriendo con su cara de peluche y cartón piedra. Ocenasek, un checo, un muchachote de Bohemia al que todos queríamos y nadie entendía, se fue hacia él también con los brazos abiertos; Winnie the Pooh se le abrazó, explotando. Nosotros nos tiramos a cubierto, inmediatamente. La lluvia de pedazos de ambos tardó un rato en remitir. De Ocenasek lo que quedó más entero fue una de las manos, la que había estado más lejos del cuerpo del puto osito.
Eso marcó el comienzo del ataque. Nos atrincheramos a los lados de la calle, detrás de pedazos de cartón piedra, y fuimos asediados por oleadas de robots Pluto animatrónicos, con ametralladoras en las bocas, dinosaurios, y astronautas. Poco a poco fuimos acabando con ellos, pero sufrimos no pocas bajas.
Solicitando cobertura aérea, fuimos, metro a metro, avanzando hacia la ciudad de Mickey, en el extremo superior de la colina, en la zona más alejada de la puerta por donde habíamos entrado. Os lo digo, fue un infierno, lo peor fueron los piratas al final, gente con experiencia, con muy mala leche. Con patas de palo. Nos rodeaban por todos lados, personas, máquinas, animales.
Cuando encontramos a Mickey Mouse dentro de su guarida, no esperamos que levantara las manos. Le metimos varias balas entre ceja y ceja, porque tenía un entrecejo de tamaño considerable y no queríamos fallar.
Todo había terminado. Yo fumaba un cigarro, contando las chapas de los muertos que habíamos dejado por el camino, y sin dejar de estar alerta, me dí cuenta de que todo el mundo me había abandonado, toda mi compañía. Comencé a andar entre los cadáveres, hasta que me los encontré a todos en la tienda, que había quedado intacta. Estaban acaparando muñequitos, pads de ordenador, y camisetas de "Disneyland, Anaheim, USA". Disparé al aire para llamar su atención, tan entretenidos estaban con su botín. Algunos me miraron como diciendo "Es para los niños, jefe".
Les dí órdenes para que le prendieran fuego a la jodida tienda. Los necios no comprendían que así era como había comenzado todo.