2009-02-11 00:19
Un hotel siempre es un sitio que causa extrañeza. Incluso al viajero más experimentado. Un sitio que está destinado a alojar a gente, pero que, sin embargo, no es una casa, es
el otro sitio. Por eso el entrar en un hotel te sitúa en un estado mental especial, entre las onda alfa y las delta, más o menos a la altura de la
etas mayúscula. Igual es porque es un sitio donde las leyes de la física ya no se aplican; por ejemplo, un
líquido aplicado a una moqueta puede provocar que se convierta en una superficie deslizante. Una luz roja en el cuarto de baño indica que no sólo actúa como tal, sino que además es un portal transdimensional que te conduce a otra dimensión donde el inodoro (o excusado) está separado del resto del mismo por un cristal esmerilado. Los cambios de las leyes no llegan hasta tal punto que ese cristal esmerilado cree un campo de fuerza que oculte no sólo la vista, sino el sonido y el olor, pero si lo combinas con la luz roja y además la enciendes y apagas, puede que cree una onda ultrasónica que logre el efecto deseado. También es un lugar donde los aires acondicionados y otro tipo de climatizadores consiguen un efecto que va desde el imposible hasta el ligeramente desagradable, sin pasar nunca, nunca, por el "síiiii, justo, ese".
Y es que no debe uno confundirse. La universalidad de las leyes de la física nunca llega más allá de la puerta de la calle. Si me apuras, hasta a la esquina, y quizás un poco más allá, hasta donde uno compra churros y/o el periódico. Pero nunca hasta el otro sitio.