2009-08-09 10:11
Darse un garbeo por el paseo marítimo de Islantilla sobre las 9 y pico de la noche te muestra un panorama consistente en personas de diversas razas con hatillos al hombro, sentados en los bancos y hablando entre ellos, alguna cabecita asomando por el mini-parque natural que se encuentra entre la playa y el susodicho paseo, y motos de la policía municipal de Isla Cristina con la luz azul iluminándolos o bien una pareja de policías municipales andando tranquilamente. El año pasado también vimos un policía municipal del tamaño de un armario ropero empujando a un vendedor ambulante magrebí y quitándole la mercancía. Mientras tanto, los coches en las calles con la música a toda leche, las plazas de aparcamiento de minusválidos ocupadas, las basuras a veces a rebosar y, por la mañana, los operarios de limpieza intentando dejar la playa libre de los efectos del botellón.
Mi vendedor de garrapiñadas favorito me explicó que se tiene que situar a pie de playa porque los municipales no les dejan vender en el paseo, porque como todo el mundo sabe las garrapiñadas son una sustancia controlada, y no puede dejarse que se venda así como así. ¡Podían consumirla hasta niños! Es más, tampoco les conceden licencia de venta, imagino que por la peligrosa competencia que le hacen a los supermercados y al Burriquín.
Así están toda la tarde, jugando al gato y al ratón. Pasan guindillas, se recoge el charnaque, dejan de pasar, se vuelve a poner. Así, hasta que uno de ellos se canse, que imagino que será el más débil.
Pensádolo bien, sucede lo mismo en Puerta Real y la Carrera de las Angustias, en Granada. Sólo que aquí lo vemos con más asiduidad.
Etiquetas: mucha policía, poca diversi%