2009-11-21 19:06
Al introducirse en Internet, los periodistas se convierten en nodos de una red social. Y el éxito de este tipo de nodos depende de su eficiencia en la creación y transmisión de
memes. Todo el mundo conoce alguno de esos
memes de Internet, gracias a los cuñados, esos nodos fundamentales de las redes sociales patrias, sólo superados por el graciosillo del curre; ya sabéis, lo del
niño alemán loco, el
turista accidental, y ese clásico carpetovetónico,
las hijas de Zapatero.
Pero, ¿qué es eso de un meme? ¿Don Pelayo era un meme? ¿Lo es el jamón serrano? ¿Me puede poner alguien cuarto y mitad de meme?
Pues quizás sí: la idea de meme, o mem, la introdujo
Richard Dawkins para equiparar ideas, conceptos, frases, a los genes. Los genes se copian, sufren variaciones y tienen más o menos éxito dependiendo de las capacidades que le presten al organismo o huésped que los lleve. Además,
son egoístas, y usan a los seres vivos como meros vectores para sacar cuantas más copias de sí mismos, mejor. De la misma forma, el meme que es la
historia de Ricky Martin y el perro nos usa como vectores para aparecer de todas las formas posibles (cambio de cantante, de país, de raza de perro) en la siguiente generación y perpetuarse; dentro de cincuenta años, alguien contará la historia de un holo-creador, el nieto de
Aibo y una clon adolescente.
Pero hay memes que no incluyen perritos ni nada vagamente sexual. Pocos, pero los hay. Cualquier idea que consiga replicarse con ayuda de un huésped lo es en realidad; un titular, un
twit, una imagen, una consigna, la
canción del verano. Reducido a la mínima expresión es un URL. Y todos somos productores de memes, posiblemente en mucha menor medida que transmisores, lo que ocurre es que todos los memes no tienen el mismo éxito; y todos producimos porque todos, incluso
Sheldon y el Doctor Mateo, estamos en una red social. No todos tenemos 4400 amigos en
Facebook, éxito nada desdeñable pero para el cual hay que pasar demasiado tiempo en la T4, pero todos creamos memes y los transmitimos a través de nuestra red social. Nos llega un power point con gatitos (o con conejitas) y lo pasamos. Ejem,
escribimos un libro y tratamos de venderlo. O lo leemos y pasamos el meme de
esto mola o
esto apesta. Y los memes se pasan de muchas formas; visualmente, por ejemplo: ves a unos cuantos mendas haciendo cola en la puerta de embarque y ya te infecta el meme; empiezas a estornudar, es decir, a acabarte rápido el sudoku, o a acerrar la mochila, tus piernas se van solas a hacer cola, tienes sudor frío... pero también, por supuesto, se pasan a través de la red social en Internet.
Porque las
redes sociales en Internet molan mucho, pero hay que usarlas con tiento. Muchos piensan que el muro de Facebook es como el tablón de anuncios de la parroquia de Springfield:
Hoy el sermón del padre Lovejoy versará sobre la propuesta de nuevo mandamiento del cibermedio: "No copy-pastearás" más de lo estrictamente necesario
O sea, uno habla, los demás escuchan y automáticamente se ponen a comprar los productos de los que se habla o a votar al partido correspondiente. Y si hay que ir a más sitios a hablar y que los demás escuchen arrobados, pues se va: a Twitter, a la radio, al podcast, a donde sea... ¿A
Google Wave? Pues ¡tonto el último!.
Pero una red social es una red de gente, y el éxito de un meme, la cantidad de memecitos peludos y con ojos grandes que sea capaz de criar, depende de la posición dentro de la red social. Y la posición no la da la cabecera, ni el traje ni el Aston Martin (bueno, igual el Aston Martin sí) sino el capital social que se tenga, que a su vez depende del cariño con que trates a los memes. Y ese cariño ni se compra ni se vende, pero es correspondido: tu ayudas a transmitir memes dentro de la red social, y el meme te ayuda a ganar capital social, lo que en el futuro te ayudará a que se difundan los memes que te interese que se difundan y los que eventualmente te puedan reportar algún beneficio político, económico o del tipo que corresponda.
Esto, realmente, siempre ha sido así. Lo que ocurre es que antes las redes sociales estaban en los tercios de las cortes franquistas: familia, empresa, clero y ahora están en Internet. Y antes viajaban a la velocidad de una furgoneta, y ahora se difunden en los cinco segundos que tarda uno en escribir un twit. Y antes había miles, y ahora hay miles de millones, y antes a la gente le importaba un bledo el capital social y ahora si no lo tienes no te comes uncolín colando memes.
Por eso es importante entender el arte de la memética, que no es el arte japonés de poner lavativas, sino el estudio de los memes. De su vida, en definitiva.
Etiquetas: cibermedios, medios digitales, valencia, charletas, elucubraciones, me lo dices o me lo cuentas, va pallá ese meme, venga, tenemos memes fresquitos, oiga