2010-03-01 19:45
Que el carácter de los ciudadanos de Valencia sea contradictorio e incluso chocante se atisba ya en los milagros que su santo favorito, San
Vicente Ferrer, cuyo gesto, por cierto, ha heredado
Rita Barberá, aunque sin su don de lenguas.
Uno de los milagros, por ejemplo, consiste en que una familia pobre, y por tanto sin acceso a los inexistentes métodos anticonceptivos de la época, recibe al santo y sin carne que echarle al puchero, echa un bebé que suponemos no demasiado rollizo por las circunstancias arriba mencionadas. Cualquier santo consciente de su carrera y con su aureola bien puesta hubiera fulminado con la espada del arcángel Gabriel o la voz totante de San Pedro o las flechas recicladas de San Sebastián a esta familia no sólo caníbal, sino evangelizadora en esta misma causa. Pues no. San Vicente Ferrer metió la mano en la olla y sacó al bebé redivivo y posiblemente más limpito que originalmente.
El relato de este suceso, sin duda cierto como la vida misma, acaba ahí, y no aclara si finalmente decidieron hacer un filete ruso con uno de los glúteos por no desperdiciarlo, pero sí deja claro que lo importante no era castigar al culpable de cocimiento de niño con nocturnidad, alevosía, y posiblemente perejil, que anima todos los guisos, sino que San Vicente librara a un inocente de ser convertido en un souflé de nabos al aroma de rorro valenciá.
Esa contradicción, ese espíritu epatante, aparece también en la política valenciana, donde ser culpable o no no importa demasiado, sino como te perciba la gente, o, visto de otro modo, puedes tener un prestigio fuera de toda duda (porque todo el mundo sabe que eres culpable) y sin embargo, el puchero de las urnas te lava más blanco y te deja como nuevo. O donde puedes tener un sistema de autobuses moderno, con GPS y con televisión interna, pero es casi imposible encontrar un sitio donde carar el bonobús un domingo por la tarde, porque no se hace dentro del autobús (en Granada sí, chincha). O una calle de la Barca en pleno centro de la ciudad, o una ciudad de las artes y de las ciencias con suficiente espacio libre dentro como para corromper a dos concejales de urbanismo de provincias. O un campo de coles lombardas a 20 metros de bloques de 18 pisos.
En resumen, Valencia es una ciudad muy interesante, a la que merece la pena volver y volver, y conocer con todas sus contradicciones. Y su arroz, sea del color que sea
Etiquetas: viajes, yendo, comunitat valenciá, atleti 4 - valenc ia 1