2010-03-19 08:17
Granada-Cádiz y vuelta son unos 500 kilómetros (que serían 50 o 100 menos en coche), y no es difícil coger ventanilla aunque no te haya tocado, porque ¿a quién diablos se le ocurre viajar en tren?, al menos en alguno de los tramos, porque hay por medio un transbordo en la estación de Dos Hermanas, donde no hay ni una pantalla que anuncie las frecuentes salidas y llegadas (en una hora de transbordo vi más trenes que en todo un día en Granada), pero sí una señorita que, al pasar de estación a andén, te pide el billete y te indica exactamente a qué altura va a parar el vagón en el que tienes que montarte. La estación es pequeña y tiene ciertos aires moriscos hasta en las marquesinas; en ella, los niños del pueblo juegan y los ancianos, acompañados a veces de su cuidador sudamericano, ven pasar a los trenes y a la vida, aprecian la calidad de las maletas y de las personas que las arrastran, y discuten de política o de la eterna gigantomaquia entre los dos principales equipos de la provincia.
Los trenes entran o salen con una escrupulosa puntualidad, aunque no se trate de Zwei Schwestern, sino del Dojermanah de toda la vida, el que tiene un altavoz que sólo se escucha en la cafetería, pero aún ahí no se entiende, y sólo dos vías hermanas, una que va hacia Sevilla y otra que viene de Sevilla...
Las mesas de la cafetería están cubiertas por docenas de ejemplares de periódicos gratuitos que nadie se preocupa por recoger; muy pocos viajeros pasan por esa cafetería, reservada a los indígenas y a los transbordantes. Unos no van allí a leer y los otros llevan su propia lectura. O quizás lo que les preocupa es leer a la gente, a la propia estación.
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