2010-05-24 17:57
En el avión hacia Estambul muchos entretienen el largo vuelo leyendo la guía de El País-Aguilar, en un intento vano por aprehender la realidad de esa ciudad que abarca dos continentes. Vuelo que además de largo, acaba siendo incómodo porque en un prodigio de aprovechamiento del espacio y preocupación por la comidad de los pasajeros, uno de los cuartos de baño de la case turista está ocupado por una enorme bolsa de basura. Recuerda: si eres azafata, no te eches a los chinos (mejor porra de grupos de porras de tres, claro) sacar la basura, porque no da tiempo entre vuelo y vuelo.
En el avión cuento unos seis congresistas. A unos los conozco y otros sustituyen la guía de Estambul por una copia de sus trabajos. Por otro lado, conviene leer la guía antes de llegar, porque es importante aprender a decir cosas como bellota. También es importante saber dónde cambiar el dinero, porque Turquía, señor mío, no usa el euro, ni falta que le hace como está el tema, que más vale lira en mano que euro resistiendo los envites del capital más voraz. La cabina de American Express en la T4S, por ejemplo, te cobra una buena comisión, un 12%. Nada menos. Sacar de un cajero en cualquier esquina de Estambul es seguramente más barato.
Decir bellota es complicado, pero más lo es saber cuándo has llegado a Turquía. El vuelo es una sucesión de tierra y mar, mar dentro de la tierra y tierras dentro del mar, istmos, penínsulas que parecen islas
y viceversa, que es difícil saber dónde estás. Etras, por ejemplo, en lo que podría ser Italia, o Córcega si es que estás volando bajito, o una versión de muy alta resolución de Google Earth. Los campos son de un verde desvaído, hay parches de nieve y un paisaje quebrado. La primavera debía llevar algún tiempo instalada allí, aunque a España no
había llegado todavía.