2010-07-24 21:09
Mira, mira malagueña, malagueñita,mira, mira, Barcelona,ay que grande y señorona y que bonita. Antonio Molina habla de la
Barcelona de hace muchas décadas, que, para qué nos vamos a engañar, no era nada bonita. Abierta, laboriosa, grande y señorona, sin duda. Pero bonita, no. Eso de la bonitez es algo muy subjetivo, pero hay ciudades que lo son.
San Sebastián lo es incluso entre los bloques de viviendas del barrio de Gros. Pero Barcelona entre plazas majestuosas y genialidades en las que vive gente, hay manzanas irregulares, con bloques a veces de la anchura de una cama de matrimonio, diferentes alturas, comercios en liquidación, fachadas desintegrándose y en general un panorama urbano que no invita a dejarse llevar por los propios pasos y vagar de manzana octogonal en manzana octogonal.
Sin embargo, Barcelona tiene algo. Aunque sea
lo bonito que es contemplar a las mujeres pasear por la Rambla de las Flores. En realidad, tampoco es eso. Lo que se ve en la Rambla de las Flores son miles de familias de turistas con niños vestidos con la camiseta del Barcelona (y de Messi, normalmente, aunque alguno con Iniesta), gente agarrando su mochila o bolso con nerviosismo e incluso algunos que ya han agarrado el bolso de alguien que no lo sujetaba con la suficiente firmeza y lo dejan, tras expoliar lo interesante (es decir, nada de guías, kleenex y botellitas de agua). Y los mimosplús. Porque estos son al mimo tradicional lo que la Sagrada Familia es al románico: un desarrollo extremo de la actuación, del maquillaje, de la puesta en escena e incluso del espacio ocupado. No sólo eso: en la Rambla está el Ronaldinho que, a pesar de su transferencia al Milan, sigue haciendo malabares con el balón, cerca ya de la plaza de Catalunya, y a su lado el Messi. En las Ramblas hay de todo, y a todas horas. Están sólo un poco menos llenas de gente que la avenida Istiklal de Estambul, pero es que en aquella el tranvía hace que uno se apriete mucho.
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