2010-08-05 18:48
Lo interesante de la
Sagrada Familia es su singularidad, pero también la incertidumbre de
no saber lo que te podrás encontrar. El templo, revestido por Gaudí de la apariencia de un ser vivo, de un drago cuyas raíces están en la tierra y en cuya cúpula se alojan animales de lo más diverso, camaleones, caracoles, cambia cada vez que lo visitas, va creciendo. No sólo recibe una cubierta que no estaba ahí la última vez (hace muchos años), sino que el color cambia, el tono arenoso que recordaba de la última vez se ha ido
goticizando, hasta acercarse a la llamada
catedral del mar, otro templo, como el anterior, surgido de la gente, los estibadores que pusieron sus espaldas para acarrear las piedras que acabaron elevándose hacia el cielo y proyectándose hacia el futuro en forma de libro.
Porque Barcelona tiene más de ciudad que otras; quizás es que
sí tenga alma; un montón de neuronas no hacen una consciencia necesariamente, igual que un montón de personas no hacen una ciudad. Pero en el caso de Barcelona la comunicación entre la gente logra grandes cosas, lo que es prueba de su existencia. Y su continuidad.
Y se sigue viendo en cada rincón que hagas. Otras ciudades te gritan desde sus paredes, pero sin establecer diálogo. En Barcelona ves el diálogo en la calle y en los balcones de las
plazas y barrios;
la gente dice y contesta lo que quiere, y el ritmo continúa.
Y en las banderas, claro. Durante el Mundial en casi toda España se ha producido un monólogo de banderas patrocinadas por marcas de whisky y vendidas en la calle para atenuar la pobreza en el cuerno de África. Pero en Barcelona ha habido un diálogo
entre banderas donde en balcones alternos aparecen unas y otras, y aparentemente algunos, hartos de la polémica, la zanjan
alzando un clamor en el campo y poniendo la bandera del Barcelona, la única indiscutible (alguna habrá periquita en algún sitio pero yo, sinceramente, no la he visto).
Etiquetas: bandeiradas, diálogos de balcones, continuamos con la ciutat