2011-06-25 09:39
La
diferencia horaria que se sufre cuando se cruza el océano es bien conocida. El hombre es un animal de hábitos, y cuando estás al otro lado del charco, de la misma forma que piensas si a éstas horas estaría yo durmiendo o comiendo, tu cuerpo también desea y anhela estar haciendo lo mismo que estaría haciendo allende los mares.
Las soluciones del desfase de comidas y dormidas son bien conocidas, pero lo que el lector desconoce (y apenas figura en los manuales) es que también hay otras costumbres fisiológicas que sufren desfase, al menos en las personas que lo hacen de modo regular.
Y la adaptación cuando llegas a Cuba es brutal. La revolución ha sabido proveer al cubano medio con su plato de arroz y habichuelas diario y otros muchos productos básicos, pero ha sido incapaz de proporcionar cuartos de baño limpios, con papel higiénico y con tapa doble abatible en el inodoro (que rara vez lo es, por cierto).
Así que te acostumbras a hacerlo en el hotel a la hora que estás allí, forzando a tus esfínteres a cerrarse y a no mandarte avisos cuando es imposible que puedan ser satisfechos. Cosa harto complicada, como cualquier persona sabe.
Pero el desfase horario es de ida y vuelta. El vuelo ayuda a compensar el sueño, el hambre parece que aumenta pero es cuestión de aguantar un poco, pero ¿qué hace uno cuando le viene un apretón a la hora a la que vuelve al hotel, allá en Cuba, todas las noches, es decir, las 4 o las 5 de la mañana? Nada, sucumbir, sufrir en silencio (bucal, evidentemente) y esperar que pase esta poco conocida versión del jet-lag.