2011-08-22 11:10
Hay una palabra inglesa,
flotsam, que designa lo que el mar arroja a la playa. Que generalmente no es sino conchas desconchadas, chinitas desgastadas hasta la esfericidad y bolsas de pipas Tijuana.
Pero a veces hay más, sobre todo si sales temprano o inmediatamente después de la tempestad. Ayer dejó de llover sobre las once de la mañana y a esa hora tardía inicié mi paseo. El único flotsam memorable era la cantidad de conchas de navaja superior a lo habitual; tampoco la orilla ofrecía oportunidades fotográficas (que tiene otra palabra inglesa deliciosa:
photo-op) memorables. Una de ellas lo parecía: una mujer con un fedora se inclinaba sobre el mar, rebuscando o quizás lavándose las manos. De hecho, lo habría sido si hubiera sacado la cámara a tiempo.
La misma mujer se dirigió hacia el centro comercial, el eje alrededor del cual gira la vida en Islantilla y destino que ofrece al paseante matutino (en esta ocasión casi vespertino) el alivio de la vejiga en unos aseados aseos, el de la gazuza en forma de una tostada bien tostada o el del magín en forma de diarios de aparición diaria. Y yo, que decidí no llevar mi paseo más alla, fui detrás. Al llegar al final de la pasarela que lleva al paseo marítimo que divide los dominios terrenales de los marítimos, se inclinó una vez más sobre la baranda y se puso a atar algo. Lo que veis, precisamente, en la foto.
Aquí termina la historia. ¿Lo dejaría ahí para que, quien fuera que lo hubiera perdido, lo encontrara al subir de la playa? ¿Lo dejaría para que cualquier persona, pensando en alguna niña cercana, le diera una pequeña alegría al llevárselo?
Quiero pensar que lo dejó para que yo le hiciera esta foto. Pero la verdad, es bastante poco probable.