2011-08-30 21:46
A falta de un centro real, las playas españolas tienen centros comerciales, estructuras donde puedes encontrar de todo, siempre que se trate de ropa deportiva, telefonía, inmobiliarias o cubos de frutos secos de 1.5 kilos.
Cuando acaba el boom inmobiliario, los pisos y dúplex discretamente cuelgan un "se vende o alquila o permuta o lo que sea, po favó, que me lo compré cuando parecía que la burbuja era de chicle Boomer, que no se revienta". Los centros comerciales se convierten en cetáceos varados que muestran sus esqueletos y que, en vez de ir perdiendo carne, van acumulando suciedad y gente que vaga por ellos sin saber muy bien qué hacer, yendo de alguno de los pocos locales abiertos al siguiente sin mirar a los lados, por miedo a que alguna plusvalía fantasma esté al acecho desde algún local vacío y les ataque.
En la costa onubense los hay por cientos. La Hacienda, en la zona golfera, que no golfa, de Islantilla, nunca llegó a despegar, y fuera de algunos bares, un supermercado y una incongruente ferretería, poco más había. Ahora se ha acabado de construir uno como acreción alredor de un Mercadona y unos pubs en la última planta, pero entre unos y otros sólo hay grandes terrazas desde las que hacer fotos. Los Pinares de Lepe, entre La Antilla y Lepe, tiene una estructura a la entrada que lo podría haber sido, pero que ahora sólo muestras sus arcadas cerradas con ladrillos. Hoy hemos ido a La Plaza, en Ayamonte. Había más coches en la BP de al lado (porque cobra 4 céntimos menos por la Super 95 que las de los alrededores, y mucho menos que las portuguesas) que en el párking; ni siquiera el cine estaba abierto. Y un poco más arriba, la urbanización del pocero local, Costa Esuri, con un centro comercial en construcción y una urbanización con cientos de viviendas orladas de carteles de venta desde los propios bancos y sí, un centro comercial
en construcción a la entrada. Todavía hay grúas, pero no se mueven.
Es cierto que todos esos sitios son fotogénicos, pero andando por ellos uno no puede evitar sentirse Jonás dentro de la ballena varada, una ballena a punto de cerrar sus puertas y llevarte a algún sitio donde todavía haya burbuja.