2011-12-20 08:03
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Espronceda,
La canción del pirata.
Lucía de Etxebarría ha dejado de escribir por la piratería. No he leído ninguno de sus libros, así que no sé si, como se comenta en Twitter, le ha hecho un favor a la humanidad o por el contrario será una gran pérdida; por decirlo así, un disfrute cesante. Aunque parece que ahora
se va a dedicar al teatro o a la literatura infantil, que desde que no hay episodios nuevos de Pocoyó está experimentando una fase de transición, todo eso mientras no descubra el
Land Art y se dedique a esculpir su propio busto en lo alto del Moncayo, lo cierto es que pone de relieve que los escritores empiezan a ser conscientes de que
su obra va a ser copiada una y otra vez como comentábamos el otro día. Y eso va a hacer (posiblemente) que ganen menos dinero, lo que al parecer es determinante a la hora de elegir la profesión de artista, y no
el cariño, como decía Echenique. Y es que, según el
generalmente ignorado principio de Bartleby-Big, cualquier trabajo eventualmente se convierte en trabajo, y si no te da la pasta que te esperas, pues te dedicas a otra cosa, o a vivir del cuento, que tampoco es mala vida (aunque esto también, usando el principio de arriba, se acaba por convertir en trabajo.
En todo caso, el
síndrome Bartleby es suficientemente bien conocido (y descrito) entre los escritores. Un escritor (o escritora, para los políticamente correctos) es su propio personaje, y sobre él crea aventuras y desventuras que incluyen, en un momento determinado, dejar de publicar, que no de escribir. Porque se sigue escribiendo una vida y creándola cada vez que se abre la boca en público. Ser escritor es como ser boy scout: lo eres siempre, publiques o no, lleves el cuatro bollos o no.