2011-12-31 11:00
Preparando futuros viajes, esta
cápsula temporal del París de los años 20, cuando te podías encontrar a grandes hombres y mujeres a la vuelta de la esquina o emborrarcharte con ellos en un bar.
Hemingway, al borde de la muerte, recupera unos diarios de los años 20 en París, cuando decidió ser lo que fue, escritor, y dejar de ser periodista. Tenía muy claro que la literatura era un trabajo, y se dedicaba a ella muy en serio, tratando de aprender de los que sabían más que él. A la vez, es un aprendizaje vital, tomando lecciones (y de vez en cuando, algún préstamo) de
Gertrude Stein,
Scott Fitzgerald,
Ezra Pound, los camareros de los cafés y la
librera Sylvia Beach.
En estas páginas, Hemingway lucha contra la pereza, las adicciones (venciendo a unas, pero no a otras), la estupidez y sobre todo la pobreza; una situación que asume tras tomar la decisión irrevocable de ser Escritor.
Hemingway no escatima la estopa con sus compañeros de profesión (y allegados):
Ford Madox Ford es un mentiroso pestilente, y
Fitzgerald un borracho calzonazos pagado de sí mismo (y pijo, por si fuera poco).
La edición que me regaló
Pedro Jorge es una edición restaurada por un nieto de Hemingway, que tomó los cuadernos originales y los adaptó mucho mejor a la intención original que lo que se publicó en los años 60. Incluye también
descartes, algunos de ellos interesantes y otros totalmente comprensibles.
¿Sirve al final este libro para tener una sensación de la ciudad, de París? Quizás sí. El ambiente, los sitios a los que vuelve, en los que se siente agusto, la lluvia, la miseria... Desde luego, añade un par de sitios a una ruta parisina. Y, en todo caso, es una buena introducción al estilo breve y directo de Hemingway. "Escribe la verdad", le decía a Fitzgerald. Pues eso.