2012-02-23 19:03
Como se ve en la foto, libro absolutamente viejuno que me prestó Carlos Fernandes y en el que la forma es adecuada a la función. O al revés. Es un libro que no habla tanto de París, como de las personas de París vistas por un observador minucioso, a veces guasón, pero casi siempre cariñoso; cualquier personaje, generalmente gente común, vendedores, personajes del metro, son tratados con respeto y cariño, como pintados por una acuarela.
El libro cuenta las memorias de
Azorín en su estancia en París, a donde fue huyendo de la Guerra Civil, y comienza con su llegada a la estación de Orsay y su alojamiento en el
hotel de la estación, y su vuelta a Irún y el primer amanecer en España.
Aunque el lugar y el personaje son muy parecidos a
París era una fiesta, ya sabéis, escritor que va a París y observa a sus coetáneos, el libro no puede ser más diferente. Azorín no viaja salvo a las afueras de París, no trata salvo con vendedores de libros de viejo, no hay famosos, no hay exilio dorado, sólo algunos amigos a los que le dedica un capítulo al final. Como aquél libro es muy específico en los lugares, en las descripciones, en las citas de los libros; pero en vez de trasegar botellas de whisky, hay un poco de
Beaujolais por aquí y otro poco de
Sauternes por allá. Cada capítulo es un barrio, una tienda o una persona, que a veces son una excusa para hablar de algunos aspectos de la cultura francesa y su diferencia con la española. Pero tampoco tienen tanta importancia esas diferencias. Importa ese París acogedor y algo gris, casi disjunto del que encontró y gozó Hemingway.
En fin, un libro que posiblemente sea difícil de encontrar, pero que si consigues que te lo preste Carlos Fernandes te puede hacer pasar un rato evocador y agradable.
Etiquetas: París, bien, vale, una misa, viajes, libros viejunos