2012-07-29 11:58
Tras ser despedido de su trabajo y encontrar que su mujer, una cherokee, lo engaña, el autor, medio indio también, decide recorrer Estados Unidos evitando
las autopistas interestatales, usando sólo
blue highways, carreteras secundarias, pero también, en contraposición a
red, los pieles rojas o nativos americanos, las vías del
rostro pálido, los caminos que los
advenedizos han ido creando en los últimos cuatrocientos años.
El viaje es, por supuesto, un viaje interior, por diferentes campus universitarios (tiene una cierta querencia por ellos, no sé si con el objetivo de ir dejando currículums) y cabinas telefónicas desde donde llama a
la cherokee, pero también tratando de enfrentarse a la soledad, a las adversidades del camino (encontrarse atrapado en la nieve, por ejemplo) y las pequeñas molestias. Pero también un viaje por las tierras y, sobre todo, las gentes. Trata de buscar los lugares con nombres más curiosos (desde Othello hasta Liberty Bond) y descubrir su origen hablando con alguien, lo que da lugar a largas e informadas conversaciones sobre la historia del lugar, lo que, por cierto, ha cambiado un poco la percepción que yo tenía de cómo ven los americanos la historia. Casi todos por aquí pensamos que los americanos simplemente no tienen historia, y es posible que llegue un momento en que así suceda, pero William Least Heat-Moon refleja un momento (finales de los 70) en que para los americanos la historia era algo que estaba ahí, que había pasado de abuelos a padres a hijos, en que lo que hizo el tatarabuelo de uno en la guerra de Secesión estaba tan presente como la historia de los peregrinos del Mayflower.
Como se ve en
Viajes con Charley, al que ciertamente se parece en planteamiento (salvo el chucho), la mentalidad americana es peripatética, estajanovista, y está en continua búsqueda del sueño americano; por supuesto, todo el mundo tiene una visión peculiar del mundo. El autor los deja hablar, sin traslucir mucho. Y ese es precisamente el vacío del libro. Es una novela autobiográfica donde, aparte de citas de Whitman y de
Alce Negro y algunas reflexiones sobre el sentido del propio viaje, no hay gran cosa sobre el autor. Los diálogos son lacónicos, y nunca se confronta al interlocutor. Se le deja hablar, con lo que no se acaba de saber su posición sobre bastantes cosas. Hay cariño (y fotos) de muchos de los personajes (que, antes de ser reflejados en el libro, eran personas) que aparecen en él, pero, en general, ni se juzga ni, por supuesto, condena. Así que, desde mi punto de vista, le falta calidez, incluso empatía.
En general, de todas formas, está bien. Lo compré porque formaba parte del canon de libros de viajes, y la verdad es que merece la pena leerlo; también por conocer, y quizás entender mejor, ese país llamado Estados Unidos de América.