2012-08-02 11:25
Superficialmente
todo sigue igual, pero diferente. Pero en un segundo vistazo, empiezas a notar los vacíos. Locales que nunca se habían abierto siguen sin abrirse. Pero otros que dotaban de vida a una zona, han desaparecido.
En el extremo de Islantilla donde yo me encuentro, estaba el hotel Oasis. Ayer, volviendo del paseo, notamos las luces apagadas, todas las ventanas cubiertas. Pensamos que habían cerrado un ala. La mediana de la calle, antes llena de coches familiares aparcados, ahora estaba casi vacía. Finalmente, el hall tenía las luces apagadas y sólo alguna iluminación de emergencia, como los quitamiedos que se les ponen a los niños, iluminaba los cientos de metros cuadrados de la recepción.
Efectivamente,
cerró en mayo. Un aparthotel con, literalmente, miles de personas, entre trabajadores y alojados. Una pequeña ciudad donde, en los paseos matutinos, se olían los churros que preparaban para desayunar, el hedor de los contenedores, y se oían las voces de las personas que se levantaban o empezaban a trabajar o participaban en la clase de tai chi matutina.
Y es que eso de la
responsabilidad social no es una monserga. Quien crea algo con un impacto económico y social tal debía responsabilizarse de su mantenimiento, al menos mientras sea razonable, que parece que, hasta su cierre, lo seguía siendo. Todos habremos vivido por encima de nuestras posibilidades, pero algunos parece que están cerrando por encima de nuestras posibilidades también.