2012-08-03 18:20
El ser humano es animal de costumbres, y las costumbres consisten en hacer lo mismo ante las mismas circunstancias; mismos
inputs, mismos
outputs. Así sucede también en las vacaciones. Una vez que descubres tu óptimo local, vuelves y vuelves a él, evitando todos esos grandes vacíos que quedan alrededor, que puede que contengan un óptimo todavía mejor, pero que acaban convirtiéndose en grandes vacíos que te repelen, acercándote a la seguridad de lo conocido.
La exploración aleatoria tiene sus premios. Incluso la urbanización más anodina tiene su pintada, su balcón, sus plantas, o su camino sombreado que te dirige hacia un paraje donde, mira por dónde, venden sandías. También a calles que terminan en un muro de contenedores comidos por las moscas o la playa termina en una zona donde la playa sigue. La playa es infinita, así que no cabe esperar más. Pero merece la pena explorar, todo territorio es fractal y dentro de las convoluciones de lo conocido se encuentra lo desconocido.
Iba a ponerme en plan guru y decir que te encuentras a ti mismo, pero la verdad es que no. Hoy me he desviado de mi paseo habitual por la playa y he cruzado en dirección contraria, andando por un caminito de cemento en dirección a algún sitio. Ese "algún sitio" ha resultado ser una rotonda del caminito con una sola salida, la entrada por donde tenía. Era un clásico camino a ningún sitio, versión Islantilla, ya raro de por sí, porque en Islantilla todos los caminos conducen al centro comercial. No voy a volver más por ahí, claro. Pero eso no quiere decir que no siga explorando por otros sitios.