2012-08-06 11:17
La rutina laboral es un ritmo, sí, pero no se lo reconoce como tal, o está uno demasiado inmerso en ella, como el pez en el agua, y simplemente no nos damos cuenta. Pero, en vacaciones, me llaman la atención los múltiples ritmos que te rodean.
Túmbate en la playa, cierra los ojos. Igual te pierdes algo interesante, pero puedes percibir los siguientes ritmos
- El de las olas llegando a la playa, uno cada pocos segundos
- Los vecinos de sombrilla comiendo pipas, cada uno de la familia con su propio ritmo
- El golpeo de la bola en las palas de la pareja que anda jugando un poco más allá
- El que pasa vendiendo refrescos "Fantas, coscascolas, acuarios"
Si abres los ojos, percibirás todavía más. El grupo de amigas que ha pasado hace segundos, y que ahora vuelve; los ritmos visuales de las olas llegando de forma regular y de las huellas que se van dejando sobre la arena mojada... tu propio ritmo de elevación de temperatura hasta que llega al punto insoportable en que te tienes que meter en el agua, y luego te mojas, das vueltas, vuelves a empezar. El ritmo sincopado de pasar las hojas del periódico, de las noticias que vuelven todos los veranos a donde sea que publiquen noticias: muere un famoso, otro se casa, otro se divorcia, récords de temperatura en Antofagasta, y las playas están llenas, o vacías, o más llenas o vacías de lo esperado.
Las vacaciones, además, te permiten escaparte de ese ritmo. Te puedes levantar más temprano, o más tarde, colocarte en una posición privilegiada para ver aquellos que acompasadamente andan, o corren, o montan en bicicleta por las mañanas, y luego vuelven por donde han venido, escuchar el ritmo de su respiración y la caída inevitable de gotas de sudor de su frente mientras tú te zampas una rosca de churros. Que también es una espiral y tiene su propio ritmo.
O leer rítmicamente estas atalayas
vacacionales que ayer rompieron su ritmo de una al día. Así que hoy habrá que hacer dos para compensar.