2012-08-08 14:17
-¡El güifero! ¡Güifi vendo! ¡Barato y de calidad!
El vendedor ambulante, con los pantalones de tela cortados por debajo de la rodilla y la camiseta blancuzca unas siglas ignotas en azul, avanzaba arrastrando detrás suyo, con esfuerzo, una carga en una caja de color azul. De la carga salía una sola antena enteca de color negro, y un hilo que se extendía más allá de la vista. En el extremo del hilo, un globo del que colgaba una conexión microondas con el cibercafé que regentaba, a unos dos kilómetros de allí.
-¡Que es del día, oiga! ¡Me lo quitan de las manos!
Se paró en la puerta de una urbanización en la que entraban y salían gente con sombrillas y bolsas de tenis. Se bajó de la bicicleta y sacó un taco de tickets. Miró la hora, las once y diez, más o menos la misma que todos los días. El panadero, delante de él, acababa de cerrar la puerta de la furgoneta. En la entrada semicircular de la urbanización remoloneaban ya una docena de personas con tablets, miniportátiles, uno incluso con un Toshiba de los de tres kilos a la canal.
-¿Wifi para iPad tiene, oiga? -le preguntó alguien que enarbolaba su retina display con pedestal de plástico a juego con el polo La Martina y las patillas de las gafas de sol.
-Sí, pero, huy, eso chupa megabytes que da gusto, le tengo que cobrar extra.
-Esssto... ¿vuelta de cinco euros tiene?
-Yo sí, pero usted no. Es justo eso - y le dio un ticket con un nombre de usuario y clave, el que tenía guardado para los listos.
-Venga, dame la dosis - se le acercó otro con un miniportátil. A este tenía que cobrarle extra, todo el día subiendo foticos y chupándosele el ancho de banda de subida, pero era cliente fijo y le caía bien. Le pasó el ticket con un gesto de disimulo y una sonrisa.
-Quítese ese gorro de papel de aluminio, hombre, que no le da más cobertura y parece un pringao...
Como no había donde sentarse, los clientes ensuciaban sus bermudas a cuadros metiéndose en cualquier sitio donde hubiera sombra. Tecleaban con vehemencia, y consumían con fruición. Ninguno se movía ni un ápice.
Se acababan ya los 15 minutos. Otras siete urbanizaciones le esperaban, y luego se haría los chiringuitos de la playa. Vio que se le acercaba alguien rápidamente, cuando el cronómetro que mostraba la hora en la pantalla acababa de virar de los 13:59 a los 14:00.
-Mire, es que se me ha olvidado el ordenador. ¿Me puede poner el ancho de banda para llevarme?
-Claro, chaval. Pero te habrás traído un pendrai, ¿no? Sin pendrai, ¿cómo quieres que te lo ponga? Venga, cerrando, señores, besos, abrazos, retuiteando, instagrameando, que esto se marcha. Mañana...
-Mañana, ¿a qué hora?
-Si no llueve, a la misma. Si llueve, ya veremos.
-Que no faltes... que si no es por ti... - le dijo su cliente.